16.11.05

Conducir, manejar y correr

Con poquísimas excepciones, tengo más de un año sin ponerme al mando de un coche. Y lo extraño. Sobre todo en las mañanas lluviosas como las de esta semana. Extraño a mi hermosa Cucaracha Albina - un Caribe de la VW, del 84 aprox - que me llevaba de un lado a otro cuando vivía en Tapatilandia. Y también extraño al difunto Alien - un Opel Corsa negro del 95 que compartía con el Duque - que murió en el ejercicio de sus funciones el año pasado. Y a veces un poquito al súper snob Diplomático - el Volvo S40 color verde imposible que fue nuestro auto un par de meses -. Pero sólo un poquito.

La verdad es que en términos generales bendigo poder andar por Barcelona y alrededores sin necesidad de auto. Vamos, sí que tiene sus desventajas sobre todo en el invierno o en las largas distancias, pero tampoco es tan grave.

Yo siempre he pensado que la diferencia entre conducir y manejar no es sólo fonética. Es una cuestión de disfrute. Increíblemente para algunos, yo disfruto mucho cuando me siento en el lugar del conductor. Sobre todo cuando conozco el auto y puedo circular sin atascos, por supuesto. Eso es conducir: salir al camino, poder sentir el viento en la cara, fantasear con la capacidad de la huida, de la autonomía.

Manejar es, por el contrario, estar en un embotellamiento del periférico de la Ciudad de México o de la Ronda de Dalt de Barcelona. Estar al frente de un auto que corre y corre para llegar a un hospital o a una cita. Cualquier cosa que no implique placer, sólo transporte. Y urgente, encima de todo.

Lo de correr ya es otro boleto. Después de mi ayuno de casi un año sin ponerme al frente de un auto, en septiembre en México conduje la Windstar de Martha. Estuve a punto de morir del susto: me sentía conductor de autobús, pero sobreviví. Y la Windstar también. A 40 kilómetros por hora, por supuesto. Mi siguiente experiencia al volante fue radicalmente distinta: en un kart, en un circuito.

Por azares del destino estoy al frente de una campaña de marketing relacionada con la F1. Uno de los clientes decidió realizar una reunión en un circuito de karts bajo techo que está en Barcelona. Francamente, yo no iba a correr. Pero hubo algo que me atrajo... quizá la necesidad de no ser la única que no lo hiciera o el lujo de poder correr una carrera donde era una de dos mujeres entre 50 hombres.

Y bueno. Al principio fue horroroso. El olor de la gasolina me mareaba, todos los demás pasaban junto de mí zumbando cuando yo daba vueltas súper cuidadosas, temiendo salirme del auto en cualquier momento (los karts - descubrí - no tienen cinturón de seguridad). Total que cuando me bajé me tiraron la bronca. "A ver si te quitas", me dijo uno. "No me dejabas adelantar", el otro. Pero yo, con una sonrisa idiota. Nadie me había chocado. No me caí. No me estampé contra un muro. Era en fin, una buena conductora.

A la segunda y última vuelta, las cosas cambiaron. Conduje. Mejoré mi mejor tiempo (válgame la rebuznancia) y lo disminuí a la mitad. Y bueno, me divertí. Igual me siguieron montando una bronca. Pero qué más da. El automovilismo es un deporte perfecto para los egoístas.

(Ya sé, la foto es horrible. Pero es para que se rían. ;))

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