19.2.16

Insomnio

No importa con qué frecuencia suceda, una vez que está ahí, instalado junto a ti en la cama, parece que es la peor de todas. Te despiertas y crees que, seguramente, podrás dormirte de nuevo. Porque es lo que usualmente sucede - lo que debería suceder. Pero hay días que no es así. No se puede. Porque en el momento en el que cierras los ojos de nuevo, aparecen frente a ti un millón de posibilidades. De cosas. Y no precisamente los borregos que deberías estar contando para quedarte dormida.

Hay pocas soluciones. Intentar calmar tu mente - pero cuando empiezas con eso, recuerdas que tus intentos con la meditación (y para el caso con el yoga, el jogging, o casi cualquier otra rutina) no han sido muy alentadores. Y escuchas en algún rincón de tu cerebro aquella técnica maravillosa que no falla nunca. Y recuerdas cómo te quedabas frita (o casi) rezando el rosario cuando eras niña. O aquello de que las notas de la clase de biología eran como el más potente somnífero, sobre todo cuando tenías un examen al día siguiente.

Por tu cabeza pasan, sin orden ni concierto, todas esas cosas que te preocupan: todoaquí, que diría Quino en una tira de Mafalda. Viajes, bancos, dietas, carreras, trabajo, falta de trabajo, artículos pendientes, la novela que nunca se escribió, el blog...

Y estás así dos horas en la cama, sin dar vueltas tampoco porque no quieres despertar a quien duerme junto a ti. Hasta que te escurres de la cama y sales de la habitación con una manta y una almohada a cuestas. Y comienzas a escribir. Como si fuera remedio para cualquier cosa.

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