El viernes en la noche pasaron varias cosas. De este lado del mar, Judith y sus hijos vinieron a casa - hicimos pizza y patatas, conectamos la wii y vimos las caricaturas de la televisión digital. De aquel lado del mar, Mayra fue al hospital, acompañada de Javier y sus respectivos padres y esperaron, pacientemente, a que mi primera sobrina decidiera asomarse a la tierra. Y llegó, horas antes de que se terminara el día.
Para mí ya sábado en la mañana, recibí las noticias de parte del orgulloso padre mientras mis sobrinos adoptivos acampaban en mi salón exigiendo la reinstalación inmediata de la señal del televisor (que yo había desconectado durante la noche). Hicimos tortitas de desayunar, lloramos porque no nos queríamos bañar y salimos a comprar zapatos. Ellos siguieron paseando, yo trabajé un rato en la biblioteca y luego fui con Esther y Sam a comer. Me pasé la tarde haciéndole fotos y riéndome con el hecho de que acaba de aprender a decir que no, entonces todo es no. Aunque sea sonriendo con la intención de que sea sí.
Estoy en casa, tranquila, sola. Escucho el ruido de la lavadora, el murmullo de la gente que habla en la plaza, una gaviota escandalosa que grita afuera. El sol ilumina la planta junto al televisor. Hay tanto, tantísimo silencio.
Mucho se habla de los relojes biológicos y poco de la bendición que tenemos algunas de estar rodeadas de hijos de otros. Bendición para darnos cuenta que a la vez que son hermosos son tiranos. Bendición para encontrar en sus ojos (no de los niños, de sus madres) la certeza de que los humanos confiamos, somos optimistas por naturaleza, creemos en un buen y mejor futuro.
Y esos, señores, son los resultados de mi jornada de reflexión.
21.5.11
Recursos limitados
Cara a las elecciones, de pronto pareciera que todos podemos decidir. Sobre todo en un entorno como el que hay ahora en España: con las manifestaciones múltiples, las acampadas, la reconquista ciudadana del espacio público.
Lo cierto es que habemos algunos que no podemos decidir - esos que, estando lejos de nuestro país de origen, no somos literalmente ni de aquí ni de allá. Porque allá ya no podemos votar (al menos no en la mayoría de las ocasiones) y aquí, aunque se nos cuenta para pagar los impuestos, no se nos cuenta para decidir quién y en qué se los gasta.
Quizá por eso miro con especial escepticismo las acampadas: hay una parte de mi corazón que tiene un miedo confirmado por mis muy personales y limitados sondeos de opinión al respecto de que muchas de esas personas que están ahí no van a hacer uso de un derecho, de un recurso limitado - su voto. Porque están convencidos que el sistema no funciona y por eso están ahí para denunciarlo. Y también para perpetuarlo.
En términos muy simples veo dos maneras de cambiar un sistema: o generando una crisis tremenda que lo haga caer (veamos las revoluciones jazmín) o dándole un golpe de efecto desde adentro. Sí, el golpe de efecto puede ser más tardado pero tiene una ventaja: no incluye derramamiento de sangre. Hay una parte importante de la población que no tiene ningún interés en que el sistema actual cambie de raíz e incluso está dispuesto a pelear para que se quede así, para que se le conserven ciertos privilegios y ciertas seguridades - algunos pocos van y se querellan directamente con los manifestantes y otros están en sus casas, en sus sillones, en sus terrazas, hablando mal de ellos.
No se trata de criticar a quienes están en la acampada - creo que en el fondo la idea es buena, la demostración de poder de convocatoria ciudadana es magnífica y esperanzadora. Pero el poder real del ciudadano está también en ese recurso limitado que es el voto - en esa posibilidad de hacer que un partido pequeño gane otro escaño u otro partido más pequeño aún logre subirse de puntitas a la representación en los gobiernos. En la posibilidad de la alternancia incluso entre los partidos mayores que rivalizan. Quizá no cambiarán nada pero por lo menos garantizarán un poco más de diálogo y movimiento - la inclusión de otras caras, como reclaman los acampantes.
Es verdad, España está cansada y asustada frente a la crisis. Todos esos parados, todas esas subidas de precio, todos estos pisos vacíos, todo ese desconsuelo. Pero a veces me parece que en este país - y en tantos otros, sobre todo latinos - nos conformamos con quejarnos. Mientras más alto, mejor. Ponerle a otros el letrero inmenso de CULPABLE. Y quedarnos tan anchos. Y con eso ya nos parece que hemos pasado de la indignación a la acción.
Creo que uno de los primeros pasos a la acción es el voto, responsable, razonado. No en blanco porque favorece a los grupos que ya están representados. No abstención porque implica derrochar ese recurso limitado que algunos otros quisieran tener. Me acuerdo ahora de mi mamá regañandome cuando miraba aburrida un plato de judías verdes: "¿sabes cuántos niños no tienen para comer y tú no quieres comerte esto porque no te gusta?".
Me permito usar ese símil un poco simplista y sensiblón: si tú no quieres usar tu voto, acuérdate que es un recurso limitado. De que habemos algunos a los que sí nos gustaría ver entrar a otro partido al Parlamento, que haya movimiento. Que nos gustaría votar.
Si estás en España este domingo y no quieres votar por pereza o porque no crees que cambie nada, por favor, piensa en mí. Vota en mi nombre. Ese recurso limitado yo quiero aprovecharlo. Es la única manera que las consignas de las acampadas perduren y cambien el curso de nuestras realidades. Las palabras, los videos y las fotografías, por más que sean hermosas y significativas, se quedarán en el universo de Internet y se perderán eventualmente. Un voto no. Un voto va a los gobiernos municipales o autonómicos - va a hacer acción.
Date la oportunidad, dale la oportunidad a otros. A mí, por ejemplo.
Lo cierto es que habemos algunos que no podemos decidir - esos que, estando lejos de nuestro país de origen, no somos literalmente ni de aquí ni de allá. Porque allá ya no podemos votar (al menos no en la mayoría de las ocasiones) y aquí, aunque se nos cuenta para pagar los impuestos, no se nos cuenta para decidir quién y en qué se los gasta.
Quizá por eso miro con especial escepticismo las acampadas: hay una parte de mi corazón que tiene un miedo confirmado por mis muy personales y limitados sondeos de opinión al respecto de que muchas de esas personas que están ahí no van a hacer uso de un derecho, de un recurso limitado - su voto. Porque están convencidos que el sistema no funciona y por eso están ahí para denunciarlo. Y también para perpetuarlo.
En términos muy simples veo dos maneras de cambiar un sistema: o generando una crisis tremenda que lo haga caer (veamos las revoluciones jazmín) o dándole un golpe de efecto desde adentro. Sí, el golpe de efecto puede ser más tardado pero tiene una ventaja: no incluye derramamiento de sangre. Hay una parte importante de la población que no tiene ningún interés en que el sistema actual cambie de raíz e incluso está dispuesto a pelear para que se quede así, para que se le conserven ciertos privilegios y ciertas seguridades - algunos pocos van y se querellan directamente con los manifestantes y otros están en sus casas, en sus sillones, en sus terrazas, hablando mal de ellos.
No se trata de criticar a quienes están en la acampada - creo que en el fondo la idea es buena, la demostración de poder de convocatoria ciudadana es magnífica y esperanzadora. Pero el poder real del ciudadano está también en ese recurso limitado que es el voto - en esa posibilidad de hacer que un partido pequeño gane otro escaño u otro partido más pequeño aún logre subirse de puntitas a la representación en los gobiernos. En la posibilidad de la alternancia incluso entre los partidos mayores que rivalizan. Quizá no cambiarán nada pero por lo menos garantizarán un poco más de diálogo y movimiento - la inclusión de otras caras, como reclaman los acampantes.
Es verdad, España está cansada y asustada frente a la crisis. Todos esos parados, todas esas subidas de precio, todos estos pisos vacíos, todo ese desconsuelo. Pero a veces me parece que en este país - y en tantos otros, sobre todo latinos - nos conformamos con quejarnos. Mientras más alto, mejor. Ponerle a otros el letrero inmenso de CULPABLE. Y quedarnos tan anchos. Y con eso ya nos parece que hemos pasado de la indignación a la acción.
Creo que uno de los primeros pasos a la acción es el voto, responsable, razonado. No en blanco porque favorece a los grupos que ya están representados. No abstención porque implica derrochar ese recurso limitado que algunos otros quisieran tener. Me acuerdo ahora de mi mamá regañandome cuando miraba aburrida un plato de judías verdes: "¿sabes cuántos niños no tienen para comer y tú no quieres comerte esto porque no te gusta?".
Me permito usar ese símil un poco simplista y sensiblón: si tú no quieres usar tu voto, acuérdate que es un recurso limitado. De que habemos algunos a los que sí nos gustaría ver entrar a otro partido al Parlamento, que haya movimiento. Que nos gustaría votar.
Si estás en España este domingo y no quieres votar por pereza o porque no crees que cambie nada, por favor, piensa en mí. Vota en mi nombre. Ese recurso limitado yo quiero aprovecharlo. Es la única manera que las consignas de las acampadas perduren y cambien el curso de nuestras realidades. Las palabras, los videos y las fotografías, por más que sean hermosas y significativas, se quedarán en el universo de Internet y se perderán eventualmente. Un voto no. Un voto va a los gobiernos municipales o autonómicos - va a hacer acción.
Date la oportunidad, dale la oportunidad a otros. A mí, por ejemplo.
20.5.11
Estuve, sin estar
A veces, cuando salgo con la cámara colgada al cuello, me sorprendo un poco al darme cuenta que no estoy viviendo lo veo. Percibo una realidad mediada, a través de una pantalla, algo que me aleja de lo que en realidad está pasando. Es estar ahí sin estar.
Lo veo en los turistas: no es que quieran estar en Barcelona. Quieren tener un registro digital y minucioso de lo que ahí pasa, de lo que ahí está. De lo que casi vieron... casi, porque estaban detrás del objetivo de la cámara.
Ayer fuí a la acampada en Plaza Catalunya. No lo había planeado. El génesis de este blog cuenta cómo sufrí incontables retrasos y aventuras kafkianas por trabajar en un edificio en ese manifestódromo nacional que es Paseo de la Reforma en México. Entonces no soy lo que se dice "fan" de salir a manifestarme - sobre todo porque a veces lo veo un poco, bueno, sobreactuado. Soy de aquellas que creen que no es necesario decir a gritos que uno es bueno - sólo hay que serlo.
Entonces llegué: y me encontré con abuelitos que discutían con chicos con rastas sobre las mejores opciones de gobierno. Con mamás y papás y sus respectivos hijos tirados de panza sobre el centro de Plaza Cataluña, dibujando en hojas que les daban los organizadores. Instalaciones, áreas de intercambio de bienes, de información. Era festivo. De alguna manera.
Yo había sacado la cámara antes de entrar a la Plaza. Tome fotos, busqué ángulos varios - percibí que habíamos por lo menos un fotógrafo por cada cinco acampadores. Pensé que estábamos ahí para guardar memoria, para intentar entender. Pero quizá no para estar. Sólo para percibir.
Me pregunté qué hubiera pasado si la sentada no hubiera sido tan cerca de las elecciones, tan fácil de secuestrar por ideas y teorías de la conspiración. Me pregunté qué pasará después del domingo.
A las dos de la mañana volví, animada por un par de copas de vino. Había un poco más de gente que en la tarde, menos fotógrafos. Ya no entré: justo cuando íbamos subiendo las escaleras, nos topamos con una chica que trabaja en una gran multinacional. Había dejado su traje de trabajo en casa y estaba, bueno, vestida con el estereotipo del altermundista.
Le pregunté que si iba votar el domingo. Me dijo que no, que para qué si todos son iguales. Miré hacia la plaza y me sentí un poco más desesperanzada. Quizá, de nuevo, la indignación estaba siendo secuestrada por la apatía y la creencia de que no se puede hacer nada, más que quejarse. Estar, pero sin estar.
Lo veo en los turistas: no es que quieran estar en Barcelona. Quieren tener un registro digital y minucioso de lo que ahí pasa, de lo que ahí está. De lo que casi vieron... casi, porque estaban detrás del objetivo de la cámara.
Ayer fuí a la acampada en Plaza Catalunya. No lo había planeado. El génesis de este blog cuenta cómo sufrí incontables retrasos y aventuras kafkianas por trabajar en un edificio en ese manifestódromo nacional que es Paseo de la Reforma en México. Entonces no soy lo que se dice "fan" de salir a manifestarme - sobre todo porque a veces lo veo un poco, bueno, sobreactuado. Soy de aquellas que creen que no es necesario decir a gritos que uno es bueno - sólo hay que serlo.
Entonces llegué: y me encontré con abuelitos que discutían con chicos con rastas sobre las mejores opciones de gobierno. Con mamás y papás y sus respectivos hijos tirados de panza sobre el centro de Plaza Cataluña, dibujando en hojas que les daban los organizadores. Instalaciones, áreas de intercambio de bienes, de información. Era festivo. De alguna manera.
Yo había sacado la cámara antes de entrar a la Plaza. Tome fotos, busqué ángulos varios - percibí que habíamos por lo menos un fotógrafo por cada cinco acampadores. Pensé que estábamos ahí para guardar memoria, para intentar entender. Pero quizá no para estar. Sólo para percibir.
Me pregunté qué hubiera pasado si la sentada no hubiera sido tan cerca de las elecciones, tan fácil de secuestrar por ideas y teorías de la conspiración. Me pregunté qué pasará después del domingo.
A las dos de la mañana volví, animada por un par de copas de vino. Había un poco más de gente que en la tarde, menos fotógrafos. Ya no entré: justo cuando íbamos subiendo las escaleras, nos topamos con una chica que trabaja en una gran multinacional. Había dejado su traje de trabajo en casa y estaba, bueno, vestida con el estereotipo del altermundista.
Le pregunté que si iba votar el domingo. Me dijo que no, que para qué si todos son iguales. Miré hacia la plaza y me sentí un poco más desesperanzada. Quizá, de nuevo, la indignación estaba siendo secuestrada por la apatía y la creencia de que no se puede hacer nada, más que quejarse. Estar, pero sin estar.
11.5.11
Mi asunto con los políticos
No es que "no me caigan bien": hay algo que me molesta fundamentalmente de verlos empapelar las ciudades en las que he vivido con sus caras orondas y sonrientes, como si fueran estrellas de rock. Últimamente, además, me molesta - profundamente - que sus campañas no son propositivas: que se convierten en una gimcana (preciosa palabra en catalán que quiere decir juego con obstáculos o rally) a ver quién le saca más trapitos sucios al otro o quién lo insulta mejor.
Eso me molesta.
¿Cuándo has elegido un médico porque es el que mejor sabe lo que falla en sus competidores y te lo dice? ¿Cuándo un dentista porque te cuenta secretos de cama desde más allá? ¿Cuándo un mecánico porque te dice que a él su abuelito sí que lo quería y no a los otros?
No. Me niego. Los políticos son profesionales, gente a la que otorgamos a través del voto la capacidad para tomar decisiones en nuestro nombre y, se supone, en nuestro bien. Por eso y sólo por eso no puedo votar por alguien porque "sea guapo" o porque "parezca bueno". Me gustaría votarlo sabiendo más o menos qué es lo que propone, de qué cosas está a favor y con qué otras está en contra.
Tengo un montón de años ahora (como cuatro) debatiéndome con una tesis doctoral al respecto, que desde el año pasado tiene cara y ojos: www.elecciones.es. No he entregado la tesis, pero gracias a ciertos ángeles de la guarda mi investigación se ha convertido en algo útil que (espero) puede ayudar a la gente a reflexionar un poquito detrás de los tupés, los ladridos y el mundanal tiradero de fondos públicos y privados que son las campañas.
No me des un globo - dame una respuesta. Eso me gustaría decirle a cada político. Y a los amables lectores que se pasan por este casi abandonado blog (nos metimos en hacer ¡17! plataformas para este año) avisarles que casi estoy de regreso - y que ahora les pido que se pasen a ver nuestra página.
También la política es cosa nuestra. Siempre lo ha sido. Es mi asunto, cómo no.
Eso me molesta.
¿Cuándo has elegido un médico porque es el que mejor sabe lo que falla en sus competidores y te lo dice? ¿Cuándo un dentista porque te cuenta secretos de cama desde más allá? ¿Cuándo un mecánico porque te dice que a él su abuelito sí que lo quería y no a los otros?
No. Me niego. Los políticos son profesionales, gente a la que otorgamos a través del voto la capacidad para tomar decisiones en nuestro nombre y, se supone, en nuestro bien. Por eso y sólo por eso no puedo votar por alguien porque "sea guapo" o porque "parezca bueno". Me gustaría votarlo sabiendo más o menos qué es lo que propone, de qué cosas está a favor y con qué otras está en contra.
Tengo un montón de años ahora (como cuatro) debatiéndome con una tesis doctoral al respecto, que desde el año pasado tiene cara y ojos: www.elecciones.es. No he entregado la tesis, pero gracias a ciertos ángeles de la guarda mi investigación se ha convertido en algo útil que (espero) puede ayudar a la gente a reflexionar un poquito detrás de los tupés, los ladridos y el mundanal tiradero de fondos públicos y privados que son las campañas.
No me des un globo - dame una respuesta. Eso me gustaría decirle a cada político. Y a los amables lectores que se pasan por este casi abandonado blog (nos metimos en hacer ¡17! plataformas para este año) avisarles que casi estoy de regreso - y que ahora les pido que se pasen a ver nuestra página.
También la política es cosa nuestra. Siempre lo ha sido. Es mi asunto, cómo no.
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