Me miras como si me estuvieras entregando tu última botella de vino, tu hija virgen adolescente, tu coche recién comprado, tu casa de madera sabiendo de mis hábitos pirómanos. Vamos caminando juntos sobre el hielo y quizá, sólo quizá, podríamos caer. Preguntas si puedes confiar en mi - yo elijo el silencio, colgarme de tu brazo y seguir cruzando el delgadísimo río.
(Recupero con esto aquel hábito de escribir mini-textos con el título de los correos de Spam que descubro sorprendentes o relacionados cobnugi. ¿Alguien se sube a la aventura?).
18.12.10
9.12.10
El derecho a olvidar
Con el asunto wikileaks escurriendo por todas partes, me imagino en estos días a un grupo más bien grande de diplomáticos y empleados gubernamentales llorando por los rincones, preguntándose por qué hicieron todo lo que hicieron y, peor, lo pusieron por escrito y, aún peor, lo mandaron por internet (en algunos casos).
Me imagino el susto de que alguien ahora reuniera todos los posibles archivos de las computadoras de mi vida y comenzara a rastrear algo que me incriminara. Claro, yo no manejo dinero público ni soy cargo de elección popular, pero hay cosas que he dicho y hecho que muy probablemente no me gustaría que salieran a la luz.
Y pienso entonces en el rastro digital tremendo que vamos dejando ahora en Facebook, en Twitter, en Blogger. En este blog hay una especie de cuaderno evolutivo de Cinthya que permite - por lo menos para mí misma - entender cómo y por qué se han hecho ciertas cosas, se han roto ciertos castillos y se han conquistado nuevos reinos. Supongo que - casi - no me avergüenzo de él, que he llegado a un punto de reconciliación conmigo misma.
Pero también reconozco que hay cosas que no existen en mi vida digital - que me doy el derecho a guardarme para mí misma: no sólo a borrarlas de mi vida. Como los que ya no son nuestros amigos (digitales), las fotos que borramos en un intento para hacer borrón y cuenta nueva...
Hablamos los que trabajamos en la investigación de las redes sobre el derecho a olvidar. ¿cuándo, dónde, cómo a quién? Pensemos en Wikileaks... y en los leaks que de pronto, en la vida real nos recuerdan que no todo estaba olvidado.
Me imagino el susto de que alguien ahora reuniera todos los posibles archivos de las computadoras de mi vida y comenzara a rastrear algo que me incriminara. Claro, yo no manejo dinero público ni soy cargo de elección popular, pero hay cosas que he dicho y hecho que muy probablemente no me gustaría que salieran a la luz.
Y pienso entonces en el rastro digital tremendo que vamos dejando ahora en Facebook, en Twitter, en Blogger. En este blog hay una especie de cuaderno evolutivo de Cinthya que permite - por lo menos para mí misma - entender cómo y por qué se han hecho ciertas cosas, se han roto ciertos castillos y se han conquistado nuevos reinos. Supongo que - casi - no me avergüenzo de él, que he llegado a un punto de reconciliación conmigo misma.
Pero también reconozco que hay cosas que no existen en mi vida digital - que me doy el derecho a guardarme para mí misma: no sólo a borrarlas de mi vida. Como los que ya no son nuestros amigos (digitales), las fotos que borramos en un intento para hacer borrón y cuenta nueva...
Hablamos los que trabajamos en la investigación de las redes sobre el derecho a olvidar. ¿cuándo, dónde, cómo a quién? Pensemos en Wikileaks... y en los leaks que de pronto, en la vida real nos recuerdan que no todo estaba olvidado.
5.12.10
Querida Kitty
Pregúntese a sí mismo por qué quiere escribir. Pregúntese si debe escribir. Pregúntese si puede vivir sin escribir. Si su necesidad de escribir es imperiosa y surge de lo más profundo de su corazón, ¿qué le importa lo demás? Construya su vida en función de esa necesidad, aunque tenga que trabajar en otra cosa, y escriba en la más completa soledad.-Rainer Maria Rilke - Cartas a un joven poeta
En lo absoluto soy el joven poeta de 20 años al que escribe Rilke - que Gabriel Zaid muy bien apunta tenía 28 años cuando mandó estas cartas. Y aún así, en este letargo que da la sociedad del conocimiento y el bienestar, a veces todavía me pregunto qué es exactamente lo que quiero hacer. Cómo. Cuándo.
Escucho las historias heroícas de quienes se han hecho escritores a costa de su salud (física o mental): escribiendo imposibles novelas en noches robadas al trabajo físico o en tardes escaqueadas al trabajo en agencia de publicidad. Tengo la tentación de decir que ya no escribo - pero en realidad sí que lo hago. Y hay una sola cosa que no me cuestiono: no podría vivir la vida sin contársela a otros.
Reconozco que me da culpa - si alguien me da pie me puedo pasar dos horas acumulando frases sobre casi cualquier tema. Vamos, que últimamente hablo hasta de política y de fútbol - lo de la religión me viene de familia, qué vamos a hacerle. Me da culpa, digo, ser esa vocecita que habla, habla, habla y escribe ... escribe... escribe.
Dirigo este post a Kitty que era la amiga imaginaria de Anne Frank, la del diario. Lo leí muy pequeña y recuerdo haber pensado entonces que me gustaría dedicarme a escribir - incluso pensé que sería bueno que me pasaran cosas, para poder escribir de cosas interesantes. Este, Yunuen querida, era uno de los libros que leía debajo de mi cama, imaginándome la sensación de ahogo, de aprisionamiento...
No idolatro la figura de Frank - me imagino que si viviera sería una viejita un poco insoportable, la pobre - pero le reconozco haberme contagiado del bicho de las frases largas y las descripciones caseras. Y es un buen bicho.
Mi deseo de último mes del año: no dejar de escribir.
3.12.10
Ubícate
Hay muchas cosas que alimentan mi insana curiosidad - por no decir mi voyeurismo - en el Facebook. Voy por ahí, viendo cómo amigos de toda la vida y otros de menos tiempo atrás deciden contar, fotografiar o explicar cosas. Yo también lo hago. Pero últimamente me sorprende del todo el uso del Foursquare y otras herramientas de geolocalización.
"Llegué a la gasolinera". "Entré al cine X". "Haciendo lunch con X en el restaurante tal". Todo con nombres y localización de sitios. ¡Hasta con mapas! Me hace pensar en la manera en cómo yo me imaginaba a Dios cuando era más pequeña: qué necesidad de televisión en el cielo si se podía sentar en una nube con un bowl inmenso de palomitas y unos binoculares súpersónicos y mirar hacia la tierra: "Ah... mira, Luis va de compras... otra vez doña Petra saliendo de la Iglesia... y Juan y sus secretaria entrando al motel... ¿creeran en serio que nadie en la oficina se entera?". Y Dios se mesaba las barbas y veía que ver a los humanos en acción era bueno. [Lo siento - siempre me ha parecido que es más un buen observador que un funcionario inquisidor haciendo cuentas: "dos pecados más, un día más de purgatorio... y este... ni revisar el expediente, directo al infierno. Aunque quizá si va a Roma en su próxima gira y se entrevista con el Papa..."].
Total, que me gusta - lo confieso - sentarme en mi nube y con mis binoculares digitales meterme a detalle en la vida de otros. Pero me causa escalofríos que otros sepan exactamente dónde estoy yo. Twitter me asusta cada vez que me pregunta si quiero poner desde dónde salen mis comentarios - que a veces por si mismo se geolocalizan. La diferencia es que YO decido CUANDO decir DÓNDE estoy (suena a anuncio de Bacardí) - no una cosita que está integrada en mi móvil.
Supongo que todo esto viene del placer que encuentro en perderme por ahí sin que nadie sepa dónde estoy - pasión que viene desde que me gustaba leer debajo de mi cama a los nueve años. Y me sorprende que a otros esta pasión no les sobrecoja... Me miro al ombligo, pues, y me maravillo en los otros. Y siento una cierta comodidad en que lo hagan, que me digan donde estoy. Porque así no tengo que recurrir a la madre aprensiva que vive dentro de mí y preguntar: ¿cómo y dónde estás?
Ya me lo dijo anoche la voz que me arulla en sueños: "Todo el tiempo estoy en el camino y no me pasan cosas - no te preocupes. No te puedo ir avisando de todo lo que hago". Tan fácil que sería prenderle el Foursquare en su móvil... y tan traidor.
"Llegué a la gasolinera". "Entré al cine X". "Haciendo lunch con X en el restaurante tal". Todo con nombres y localización de sitios. ¡Hasta con mapas! Me hace pensar en la manera en cómo yo me imaginaba a Dios cuando era más pequeña: qué necesidad de televisión en el cielo si se podía sentar en una nube con un bowl inmenso de palomitas y unos binoculares súpersónicos y mirar hacia la tierra: "Ah... mira, Luis va de compras... otra vez doña Petra saliendo de la Iglesia... y Juan y sus secretaria entrando al motel... ¿creeran en serio que nadie en la oficina se entera?". Y Dios se mesaba las barbas y veía que ver a los humanos en acción era bueno. [Lo siento - siempre me ha parecido que es más un buen observador que un funcionario inquisidor haciendo cuentas: "dos pecados más, un día más de purgatorio... y este... ni revisar el expediente, directo al infierno. Aunque quizá si va a Roma en su próxima gira y se entrevista con el Papa..."].
Total, que me gusta - lo confieso - sentarme en mi nube y con mis binoculares digitales meterme a detalle en la vida de otros. Pero me causa escalofríos que otros sepan exactamente dónde estoy yo. Twitter me asusta cada vez que me pregunta si quiero poner desde dónde salen mis comentarios - que a veces por si mismo se geolocalizan. La diferencia es que YO decido CUANDO decir DÓNDE estoy (suena a anuncio de Bacardí) - no una cosita que está integrada en mi móvil.
Supongo que todo esto viene del placer que encuentro en perderme por ahí sin que nadie sepa dónde estoy - pasión que viene desde que me gustaba leer debajo de mi cama a los nueve años. Y me sorprende que a otros esta pasión no les sobrecoja... Me miro al ombligo, pues, y me maravillo en los otros. Y siento una cierta comodidad en que lo hagan, que me digan donde estoy. Porque así no tengo que recurrir a la madre aprensiva que vive dentro de mí y preguntar: ¿cómo y dónde estás?
Ya me lo dijo anoche la voz que me arulla en sueños: "Todo el tiempo estoy en el camino y no me pasan cosas - no te preocupes. No te puedo ir avisando de todo lo que hago". Tan fácil que sería prenderle el Foursquare en su móvil... y tan traidor.
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