Ayer salí a hacer las compras corriendo: era día festivo y todo cierra a mediodía. Me vestí y peiné rápido, de cualquier manera, y expuse mi carita al frío decembrino. Mientras caminaba pensé que hay una cosa que las mujeres nunca confesaríamos: el cabello sólo es fácil de peinar cuando tienes dos días sin lavártelo. La melena me corría por la espalda y se movía bien, casi como de anuncio, sedosa. Por un momento, sólo por un momento, me divertí viendo cómo la ondeaba el viento enfrente de los aparadores.
Casi llegando a casa, me encontré a un hombre mayor, muy mayor. Salía a dar su paseo diario y me lo crucé a la mitad de la plaza, en donde están los rayos más fuertes del sol. "Adiós, guapa", me gritó. Y sonreí. Mucho. Porque hay días en los que la vanidad está un poquito más alta... o más baja, y un grito así hace tanto bien. La pregunta es qué, detrás de los gruesísimos cristales de sus gafas le pareció que era guapa en una mujer cubierta como es rigor en el invierno. Quizá la melena... sucia, pero feliz.
Anotación sólo para autodisculparme: Hoy estoy sentada frente a la computadora con una horrorosa melena de león. Me lavé el cabello antes de salir de casa y está absolutamente feo. Pero bueno, sigue teniendo pasados gloriosos.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario