3.12.04

Confesional

Una amiga acaba de toparse con Saramago y no supo que más hacer más que ponerle sendos besos en ambas mejillas. Me parece una costumbre sabia y deliciosa. Yo también tengo hábito y adoro mi colección de besos.

Amo los besos que me daba mi papá cuando llegaba del trabajo. Podíamos no habernos visto en todo el día, pero recuerdo perfectamente bien la sensación de sus labios fríos y sus bigotes que picaban sobre mis mejillas en medio de la noche. Era como el permiso definitivo para irme a dormir.

Amo los besos que me dan los niños pequeños. Los que están llenos de dulce o de lodo me saben todavía mejor. Y me encanta cuando me abrazan y me ensucian mi ropa de adulto... no se lo imaginan, pero con esos besos y esos abrazos me dan permiso de volver a ser niña y que no importen esas cosas como las quincenas o los zapatos de diseñador.

Amo todos y cada uno de los besos que dí. A hombres más altos que yo, a hombres más bajitos
que yo. Los que le dí a los teléfonos, a las distancias, a la cercanía.

Amo los besos de despedida. Los que son definitivos y los que marcan un hasta luego.

Amo despertarme con la gana de besar al hombre que hoy duerme a mi lado. Amo que me bese cuando he salido de bañar y me estoy desenredando el cabello a la orilla de la cama. Amo los besos al cocinar. Y al dormirme. Y en el metro. Y en las calles frías y húmedas de Barcelona. Amo los besos que son míos.

En cuanto a los escritores, yo me les planté enfrente a dos:

- A Jaime Sabines. Fue su última visita a Guadalajara. Ya estaba muy enfermo, muy poco lúcido, pero era un hombre lleno, lleno de Dios, de sensualidad, de placer, de amor. Me acerqué, le pedí que firmara algunos libros que había mandado un amigo. Ese amigo hoy guarda unos libros que dicen: "Para B., por petición especial de Ana". Yo no tenía libros suyos, más que uno que me había prestado Juan - un amigo querido. Saqué el libro y le pedí que lo firmara, a pesar de que sabía que no podía reponérselo a Juan en ese momento. "¿Puedo besarlo?" - le dije. Me miró con sus inmensos ojos de agua y me dijo: "sólo si me dejas besarte a ti después".
- A Quino. Yo no le dije nada. Me moría de la emoción y me quedé muda. Creo que se me quebró la voz cuando lo ví ahí, parado indefenso, tan parecido a Miguelito, tan hermoso, y le dije: "Con Mafalda, aprendí a amar los libros". Se acercó y me abrazó. Me plantó sendos besos en dolby. Verdaderamente, ese día creí que nunca me iba a lavar más la cara.

1 comentario:

jAz dijo...

¡Hermosa tu experiencia de besos y literatura!

Comparto contigo el amor por la costumbre de besar como la manifestación de nuestros más profundos y sublimes sentimientos, tal como dices, cada beso representa un momento especial en la vida, y paradógicamente recuerdo ese momento precisamente por ese beso especial recibido bajo ciertas circunstancias y situaciones...