29.8.21

(Casi) primer día

 Él sabe que mañana es su primer día de escuela. Lo sabe con todo su cuerpo y hoy estuvo en casa, colgándose de nuestras piernas, de lo conocido, lo seguro y lo firme. “Mamá - ¿te puedes quedar conmigo toda la noche?”, me dijo mientras le acariciaba el pelo y le contaba un cuento. Mientras olía su cabello recién lavado y me imaginaba lo rápido que pasaran estos años también, acordamos que me quedaría con él hasta que se quedara dormido. Imaginamos un cuento de un dragón que va a su primer día de escuela - emocionado, porque lo enseñaran a echar fuego por la nariz (su idea). Le canté la única canción de cuna con la que aún puedo escuchar en mi cabeza a mi abuela. Y me quedé ahí, oliéndolo, sintiéndolo respirar, pensando en los días de entre semana que ya no iremos a la biblioteca o al zoológico, en los cambios, en lo rápido que se han pasado tres años.

Intenté imaginarme de qué se acordará. Yo me acuerdo de mis manos sudorosas agarrando las de Jaime, mi primo, apoyándonos y diciéndonos que no había nada que temer (aunque a nuestro alrededor dos docenas de niñes lloraran sin parar). Me acuerdo que saber que mis primas grandes estaban en la escuela no era un consuelo pero sí una certeza. Imagino ahora que añoraría mis desayunos de media mañana en casa de mis abuelos.

Yo tenía quizá la edad del hijo cuando me iba a desayunar con mi abuela y mi abuelo paternos, que vivían arriba de nosotros. Mentía, decía que mi mamá no me había dado nada - vaya manera de dejarla bien con la suegra - y me zampaba sendos platos de fruta, y huevos con frijoles y dulce de fruta con leche.

A los cuatro años, yo ya era yo. Él es muy él. Lo sabe. Y se sabe tan grande que ahora se me acurruca a ratos, como si fuera aún más pequeño: “dame un abrazo fuerte mamá, calientito, muy calientito”.

No sé de qué se acordará él. Yo quiero acordarme de sus carcajadas, sus abrazos calientitos, sus ganas de estar. Y mañana… pues mañana será otro día.

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