Escribo casi a media noche, con las puertas de la sala abiertas, pasando medio septiembre. Hay un verano indio en Róterdam. Mis hombres duermen. Yo tengo un par de horas azotando las teclas de mi computadora como antes, como entonces, como siempre.
Me trajo de regreso a la escritura la rabia. La indecencia. El saber cosas que no se dicen. La angustia de pensar que las cosas no cambian si no hay diálogo. La tentación de imaginar que si dices algo, si escribes algo, a lo mejor mueves una consciencia. A lo mejor cambia algo. Algo de tanta tontería.
Y casi te siento, V. Casi te escucho reír al final de la mesa. Reír y joderme porque escribo la mayoría del tiempo sobre hamburguesas, sobre el niño, sobre viajes... sobre cosas que a ti te parecían un poco demasiado ridículas. ¿Y cómo explicarte que hoy es como si estuvieras a mi lado susurrándome que las cosas pueden cambiar, siempre pueden, siempre y cuando uno dé un golpe de efecto en el sitio indicado?
Escribo casi a media noche, con las puertas de la sala abierta, pasando medio septiembre, con un bourbon en la mesa y unos lagrimones recorriendo mis mejillas. Y yo, tan malamadre, tan malamaestra, me siento por un momento yo. Me siento de nuevo esa persona que necesita contar las cosas que están pasando a su alrededor. Que necesita dejar constancia de que esto lo vivió alguien, que no es ficción, que es solamente la mierda que pasa cuando los humanos son humanos y crueles con los unos y los otros.
No pretendo tener la razón. Pero, ¡carajo!, qué bien se siente escribir con rabia. Que descanso del alma cuando uno pretende menos y es más. ¿Que qué tiene uno que perder? Todo. Todo. Te imagino tanto en el exilio. Y es una imaginación tan tremenda, tan injusta. Mis batallitas no se miden con tus guerras. Y bueno, sin embargo, aquí estoy. Tirando de tu recuerdo, de tu inspiración, de tu risa que no se me va a pesar de que pasen los años para decidir que basta, que no me quedo más callada. Que si aprendí a escribir y a narrar es para que no se queden las cosas dentro. Porque dentro lastiman, hieren, pudren.
En dos semanas me ha cambiado completamente el panorama. Quién me iba a decir que estaba tan harta. Quién me iba a decir que estaba tan lista. Quién me iba a decir que seguías tan cerca de mi.
Gracias, querido. Que tu nombre no se olvida aunque lo pronuncie incontables veces en el día. Bueno que estás y que te veo en lo que todavía escribo.
22.9.19
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