2.2.15

Alarma

Allá, la lluvia -
y las alarmas y la promesa del sol
La primera vez que lo escuché, me asustó tanto que estuve a punto de salir corriendo de la casa. Y, cómo muchas otras personas me han contado, mi reacción fue asomarme a la calle, a ver si alguien estaba en pánico. Doce del día del primer lunes del mes y una especie de alarma general recorre las calles de Rotterdam, sonora, potente, inexorable. Aquella vez, la verdadera primera vez, sentí que el alma se me iba a los pies. Creí que quizá había hecho alguna cosa incorrecta: que había abierto alguna puerta, dejado alguna cosa en el fuego, que mi edificio se estaba quemando, algo... Pero no. La alerta no era como de algo pequeño que tú hayas podido hacer: la alerta era de algo que estaba fuera de tu alcance.

Encendí la televisión - imaginé que si algo grave estuviese pasando, podría ver por ahí. Pero no había noticias de alerta. Eran las doce del día y la programación infantil y de cocina continuaba con absoluta tranquilidad. La programación infantil y me acordé de aquella foto de Bush leyendo un libro infantil de cabeza en pena crisis del 11-S.

Pero hoy no era nada de eso: era la alarma. La que ya me habían explicado que se ha quedado como parte de la educación holandesa pero que hace 50-60 años era la antesala de la destrucción absoluta en esta ciudad que tercamente, insistentemente, se fue quedando viva. Fue reconstruyéndose de sus cenizas, cimentándose de nuevo - cada vez que caía una bomba, alguien parecía decir: no nos vamos. Ni hoy ni nunca. No dejaremos nunca de ser lo fuertes que somos.

Aquí estoy. Mirando a través de la ventana - otra ventana diferente de la primera vez, otra vida diferente después de aquel primer acercamiento a las alarmas. Porque de los destrozos que hubo, de aquellos bombardeos, de la negativa a rendirnos, han surgido nuevas cosas. Y observamos, entre la intermitencia del sol y de la lluvia, lo que puede ser, lo que llega cuando nos atrevemos a construir entre/para/contra/con las ruinas de lo que hubo antes. Y reconocer las alarmas sirven - aunque no sea tiempo de guerra - para recordarnos que hubo y podría haber destrucción y renacimiento de esas cenizas.

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