Allá, la lluvia - y las alarmas y la promesa del sol |
Encendí la televisión - imaginé que si algo grave estuviese pasando, podría ver por ahí. Pero no había noticias de alerta. Eran las doce del día y la programación infantil y de cocina continuaba con absoluta tranquilidad. La programación infantil y me acordé de aquella foto de Bush leyendo un libro infantil de cabeza en pena crisis del 11-S.
Pero hoy no era nada de eso: era la alarma. La que ya me habían explicado que se ha quedado como parte de la educación holandesa pero que hace 50-60 años era la antesala de la destrucción absoluta en esta ciudad que tercamente, insistentemente, se fue quedando viva. Fue reconstruyéndose de sus cenizas, cimentándose de nuevo - cada vez que caía una bomba, alguien parecía decir: no nos vamos. Ni hoy ni nunca. No dejaremos nunca de ser lo fuertes que somos.
Aquí estoy. Mirando a través de la ventana - otra ventana diferente de la primera vez, otra vida diferente después de aquel primer acercamiento a las alarmas. Porque de los destrozos que hubo, de aquellos bombardeos, de la negativa a rendirnos, han surgido nuevas cosas. Y observamos, entre la intermitencia del sol y de la lluvia, lo que puede ser, lo que llega cuando nos atrevemos a construir entre/para/contra/con las ruinas de lo que hubo antes. Y reconocer las alarmas sirven - aunque no sea tiempo de guerra - para recordarnos que hubo y podría haber destrucción y renacimiento de esas cenizas.
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