Ella anunciaba ayer su minuto cero. Yo creí que este año ya había cubierto mi cuota de despedir gente pero resulta que el destino - o lo que sea - pensaba que todavía podía despedir un par más. Y así fue como ayer, entre clase y clase, un poco corriendo llegué a su casa. Las paredes estaban blancas. Los armarios vacíos. Las plantas medias muertas. De pronto, de golpe, me ví llorando en ese sillón, la vi llorando en ese sillón, nos vi reir, compartir sopa de letras, cuchichear, hacer planes, imaginar el futuro... pero ahora el futuro es a diez mil kilómetros de aquí.
No nos dijimos mucho - había poco que decirse. Sabíamos de la otra. Yo intuyo en mi corazón que la veré pronto y sé, como esas cosas se saben, que esa felicidad que está buscando y se había perdido, se asomará. Que regresará a su camino.
Se me estaba haciendo un hueco a la mitad del pecho mientras nos despedíamos cuando ella de pronto se acordó de algo. Subió sin zapatos al sofá y tomó de unas estanterías cuatro libros. "Toma", me dijo. "Son los libros que más quiero pero ya no me caben en las maletas".
Eso recuperó mi ánimo. Le dije que no era un regalo - que me los quedaba en préstamo, es custodia. Los libros que uno más quiere son un pedacito de patria, un trozo de uno mismo.
La abracé una vez más y salí de su casa. Quizá tenía los ojos llorosos, pero no lloraba. Ahí, conmigo, se quedaba un pedazo de ella que me da la certeza de que estamos la una al lado de la otra.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Bonito texto. Saludos :)
Publicar un comentario