31.12.13

Los números y las apariencias

2013 me engañó. O, mejor dicho, me engañé yo con respecto a 2013. Desde sus primeros días creí o imaginé que era un número primo. Uno de esos que sólo se dividen entre uno y entre si mismos. De los que viven para sí. Con eso en la cabeza, fui leyendo muchas cosas que estaban pasando a mi alrededor. Así traducí las despedidas, las rupturas, los parones, las graduaciones, los reencuentros, las páginas en blanco, los divorcios, las reconciliaciones, los viajes, cada una de las estaciones, los días de sol y de lluvia. Como algo sólo dividido por uno y por el mismo.

A veces, al ver un número, crees que sabes qué hay detrás de él. Por un momento intuyes que es la combinación perfecta que solventará todos tus problemas económicos en una lotería. Imaginas que es el autobús que te llevará más rápido a tu destino. Conjeturas si es ese el número en que por fin todo lo que deseabas, todos esos proyectos, todos esos deseos, cristalizarían.

En unas horas se va 2013. Si me lo pudiera mirar a la cara tendría que decirle que siento haberlo confundido. Que una búsqueda sencilla en Internet me hubiese confirmado hace meses que tiene muchos otros factores, que se divide entre muchos más. Que simplemente había leído incorrectamente su comportamiento - y que es el que es porque es el que le tocaba haber sido.

Gracias, pues. Y no, a pesar de todo, no me gustaría que hubiese durado ni un día menos. Ni un día más. La cercanía de 2014 me emociona. Sigue el que sigue. Y este año me toca no juzgar a 2014 por sus números sino dejarlo ser y ver qué sorpresas trae para mi.

18.12.13

Un pedacito de uno

Ella anunciaba ayer su minuto cero. Yo creí que este año ya había cubierto mi cuota de despedir gente pero resulta que el destino - o lo que sea - pensaba que todavía podía despedir un par más. Y así fue como ayer, entre clase y clase, un poco corriendo llegué a su casa. Las paredes estaban blancas. Los armarios vacíos. Las plantas medias muertas. De pronto, de golpe, me ví llorando en ese sillón, la vi llorando en ese sillón, nos vi reir, compartir sopa de letras, cuchichear, hacer planes, imaginar el futuro... pero ahora el futuro es a diez mil kilómetros de aquí.
No nos dijimos mucho - había poco que decirse. Sabíamos de la otra. Yo intuyo en mi corazón que la veré pronto y sé, como esas cosas se saben, que esa felicidad que está buscando y se había perdido, se asomará. Que regresará a su camino.
Se me estaba haciendo un hueco a la mitad del pecho mientras nos despedíamos cuando ella de pronto se acordó de algo. Subió sin zapatos al sofá y tomó de unas estanterías cuatro libros. "Toma", me dijo. "Son los libros que más quiero pero ya no me caben en las maletas".
Eso recuperó mi ánimo. Le dije que no era un regalo - que me los quedaba en préstamo, es custodia. Los libros que uno más quiere son un pedacito de patria, un trozo de uno mismo.
La abracé una vez más y salí de su casa. Quizá tenía los ojos llorosos, pero no lloraba. Ahí, conmigo, se quedaba un pedazo de ella que me da la certeza de que estamos la una al lado de la otra.