Será un día cualquiera. Como cualquiera. Pasará otro año para que se vuelva a repetir. Nunca en la misma combinación de números, no. En unos cuantos (si lo consigo) tendré un día capícua. O casi. Pero no mañana. Mañana será como cualquier otro. No estrenaré de mañana un vestido ni tendré un perrito con moño azul ladrando junto a mi cama. No me pondré lápiz labial demasiado rosado ni me preguntaré por los aviones que quedan por irse. No. Me limitaré a caminar por estas calles, comer las cosas que me gustan, ver a mis amigos más queridos que están cerca y que se dejan querer. Soplaré sobre unas velas. Me tomaré una (o dos copas de más). Regresaré a casa. A dormir tranquila. Y pasará. Como pasan todos los días del calendario.
(Me engaño. Mañana ya es hoy. Llega la primera felicitación a tiempo desde Dubai. Y no, la verdad es que no me siento ni un día más sabia. Tampoco más vieja. Ventajas de ser selectivo con la realidad)
14.1.10
13.1.10
En descanso
Me acuerdo de aquellos años en donde jugaba a los militares en la escuela haciendo escoltas para la bandera. Ya sé, a los españoles les debe soñar a chino, pero los mexicanos sabrán la importancia que tenía para una ñoña como yo ser la abanderada o, en el peor de los casos, la comandante de la escolta con la que se paseaba la bandera por la escuela. Era, digamos, emocionante. Me daba una especie de glamour que - es cierto - en realidad no tenía. No contaba ser bonita. Contaba ser lista. Y en esas ligas sí que jugaba yo.
Total que en la escolta había una orden que era "en descanso". Podías relajar tu postura rigída y doblar un poco las rodillas. No parecía tanto, pero la verdad es que en medio de tanta tensión, venía de maravilla. Descansar.
No he escrito básicamente porque parece que mi cerebro está "en descanso". Veo cosas y me apetece narrarlas (como los "hidden treasures" de la clase de economía de ayer, la historia de la tesina copiada que casi saca la misma calificación de la mía - no copiada -; el cuento de la niña que me encontré esta mañana en un alto, abrazando a su ardilla de peluche, envolviéndola con cuidado en una mantita para que no tuviese frío). Veo cosas y me apetece tomarles fotos, pero tengo a la súpercámara guardada en mi habitación (a pesar de que las nubes abigarradas y los monstruos cubiertos de imposibles telas y abrigos se abalancen sobre mí a cada momento en la ciudad). Pero estoy en este in pace anual que hay entre las fiestas y mi cumpleaños. En ese que me hace pensar lo que quiero de mi vida, a dónde voy, de dónde vengo, para qué, qué sabor de pizza me gusta más y si debería cortarme otra vez el cabello a lo Sinead O'Connor.
Pero, tranquilidad: el cumpleaños es el viernes y entonces sí, después, empieza el año. Y seguramente podré concentrarme en otras cosas - no sólo en la ropa que hay que lavar, la novela por terminar (de leer, de escribir) o las historias aquellas que quedaron inconclusas.
Total que en la escolta había una orden que era "en descanso". Podías relajar tu postura rigída y doblar un poco las rodillas. No parecía tanto, pero la verdad es que en medio de tanta tensión, venía de maravilla. Descansar.
No he escrito básicamente porque parece que mi cerebro está "en descanso". Veo cosas y me apetece narrarlas (como los "hidden treasures" de la clase de economía de ayer, la historia de la tesina copiada que casi saca la misma calificación de la mía - no copiada -; el cuento de la niña que me encontré esta mañana en un alto, abrazando a su ardilla de peluche, envolviéndola con cuidado en una mantita para que no tuviese frío). Veo cosas y me apetece tomarles fotos, pero tengo a la súpercámara guardada en mi habitación (a pesar de que las nubes abigarradas y los monstruos cubiertos de imposibles telas y abrigos se abalancen sobre mí a cada momento en la ciudad). Pero estoy en este in pace anual que hay entre las fiestas y mi cumpleaños. En ese que me hace pensar lo que quiero de mi vida, a dónde voy, de dónde vengo, para qué, qué sabor de pizza me gusta más y si debería cortarme otra vez el cabello a lo Sinead O'Connor.
Pero, tranquilidad: el cumpleaños es el viernes y entonces sí, después, empieza el año. Y seguramente podré concentrarme en otras cosas - no sólo en la ropa que hay que lavar, la novela por terminar (de leer, de escribir) o las historias aquellas que quedaron inconclusas.
3.1.10
Sin poner los pies en el suelo
El avión tenía retraso. Lo sabíamos desde siempre. Pero me dí cuenta que era grave cuando estaban cerrando la única tienda abierta - que tenía que cerrar a las 22h30 - y nosotros seguíamos sin abordar. Me acerqué a la puerta, sólo para intentar confirmar de que mi asiento no era ese que no se reclina. "No te preocupes", me dijo la chica que iba a abordar, "el avión va casi vacío, así que te podrás acomodar donde quieras".
60 pasajeros en un vuelo que debía ser, por lo menos, para 170. El panorama podría ser desolador, pero no. Subí, acomodé mis cosas y estaba muy conforme con quedarme con dos asientos cuando un chico me pidió pasar a la ventana a un lado de mí. Humpf. Me puse de pie. Me dí cuenta que éramos muchos los que estábamos esperando que cerraran las puertas para lanzarnos a la casa del hueco más adecuado para dormir. Entonces me acordé que habían dicho que éramos 60. Me dí cuenta que estaban pasando gente a primera clase. Hice cuentas rápidas: todos podíamos tener un banco completo si lo queríamos.
En cuando afirmaron que las puertas estaban cerradas me despedí del chico y me fui unos asientos más atrás. Me iba a sentar en uno de los de ventana (dos asientos), pero pensando en que era un vuelo de noche y todo decidí mejor tomar uno de centro, con los tres asientos.
Despegamos. A través de la ventana, las interminables lucecitas de la ciudad de México. Supongo que eran ya casi las once. No lo sé - eran mis vacaciones, así que no traje reloj todo el viaje. Me quedé viendo unas revistas y después saqué mi libro de vacaciones - un ladrillo de esos de 800 páginas para los que conviene tener una mesita. Ya estabilizado el avión, abrí la mesa de servicio y comencé a leer. Ví que comenzaba una película y me puse los audífonos. El sonido era poco claro. Pero, por alguna razón que se me escapa, no me los quité. Audífonos puestos y ojos fijos en la novela. Llegó la cena. Pedí pasta, agua con gas y vino blanco. Abrí la mesita de al lado y puse ahí mi libro. Seguí cenando. A la mitad del plato, el capitán interrumpió la película. "Estimados pasajeros, sólo queríamos avisarles que en un minuto será 2010". Continuó con un brindis más bien soso. Quisiera decir que estaba esperando la copa de champagne, pero la verdad es que no quitaba los ojos de la novela. Al terminar su mensaje el capitán, la jefa de sobrecargos hizo una cuenta hacia atrás y dijeron feliz año nuevo. Se escucharon aplausos adelante. Seguramente en Primera, donde sí les dieron champagne, pensé.
Ni siquiera besé a un desconocido: no había euforia y todos habíamos evitado la promiscuidad usual del avión poniendo pasillos de por medio. El chico que iba en el 19A - ajá, como el casi terrorista - levantó su vaso hacia mí y dijo, sin hablar, feliz año. Yo tenía la boca llena, así que levanté también mi vaso y sonreí.
Así empezó 2010. Lo mejor, como dijo Kike, fue empezarlo sin poner los pies en el suelo. Quizá quiera decir que el próximo año podré pasarlo de viaje o sin hacer ningún sentido. Ya veremos.
60 pasajeros en un vuelo que debía ser, por lo menos, para 170. El panorama podría ser desolador, pero no. Subí, acomodé mis cosas y estaba muy conforme con quedarme con dos asientos cuando un chico me pidió pasar a la ventana a un lado de mí. Humpf. Me puse de pie. Me dí cuenta que éramos muchos los que estábamos esperando que cerraran las puertas para lanzarnos a la casa del hueco más adecuado para dormir. Entonces me acordé que habían dicho que éramos 60. Me dí cuenta que estaban pasando gente a primera clase. Hice cuentas rápidas: todos podíamos tener un banco completo si lo queríamos.
En cuando afirmaron que las puertas estaban cerradas me despedí del chico y me fui unos asientos más atrás. Me iba a sentar en uno de los de ventana (dos asientos), pero pensando en que era un vuelo de noche y todo decidí mejor tomar uno de centro, con los tres asientos.
Despegamos. A través de la ventana, las interminables lucecitas de la ciudad de México. Supongo que eran ya casi las once. No lo sé - eran mis vacaciones, así que no traje reloj todo el viaje. Me quedé viendo unas revistas y después saqué mi libro de vacaciones - un ladrillo de esos de 800 páginas para los que conviene tener una mesita. Ya estabilizado el avión, abrí la mesa de servicio y comencé a leer. Ví que comenzaba una película y me puse los audífonos. El sonido era poco claro. Pero, por alguna razón que se me escapa, no me los quité. Audífonos puestos y ojos fijos en la novela. Llegó la cena. Pedí pasta, agua con gas y vino blanco. Abrí la mesita de al lado y puse ahí mi libro. Seguí cenando. A la mitad del plato, el capitán interrumpió la película. "Estimados pasajeros, sólo queríamos avisarles que en un minuto será 2010". Continuó con un brindis más bien soso. Quisiera decir que estaba esperando la copa de champagne, pero la verdad es que no quitaba los ojos de la novela. Al terminar su mensaje el capitán, la jefa de sobrecargos hizo una cuenta hacia atrás y dijeron feliz año nuevo. Se escucharon aplausos adelante. Seguramente en Primera, donde sí les dieron champagne, pensé.
Ni siquiera besé a un desconocido: no había euforia y todos habíamos evitado la promiscuidad usual del avión poniendo pasillos de por medio. El chico que iba en el 19A - ajá, como el casi terrorista - levantó su vaso hacia mí y dijo, sin hablar, feliz año. Yo tenía la boca llena, así que levanté también mi vaso y sonreí.
Así empezó 2010. Lo mejor, como dijo Kike, fue empezarlo sin poner los pies en el suelo. Quizá quiera decir que el próximo año podré pasarlo de viaje o sin hacer ningún sentido. Ya veremos.
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