Escribo bajo una cierta tranquilidad de que Donald Trump no seguirá gobernando los próximos años Estados Unidos. Reconozco la victoria de Biden en este humilde blog porque a diferencia de AMLO a mi no me lee casi nadie y tampoco tengo restos de angustia ancladas a el qué tal si sí las instituciones democráticas se van a la mierda y luego regresa el otro. A mi todo me dice que no será así. Y con eso también puedo ver con el ojo más abierto lo que pasó en Florida.
Desde hace
cuatro años, cuando vi por primera vez los resultados del voto latino por Trump
sentí una especie de sorpresa mezclada con dolor de panza. Una cierta estupefacción.
No me lo podía creer porque de alguna manera para mi era muy transparente que
Trump era bastante anti latino – no lo sé, quizá por sus discursos en los que
llamó a los mexicanos migrantes de violadores y asesinos como quien llama a sus
primos Pollito y la Tití. Yo digamos que al señor le tenía antipatía y desde mi
islita pensé que otros también se la tenían. Pero anda que no. Que ganó. Y no
sólo ganó – ganó con una buena parte del voto latino.
Uno de los
escenarios distópicos para mi este 2020 (como si hubiese pocos) era que el voto
en Florida se quedara parado como cuando Bush-Gore. Que pasáramos otra vez
36 días esperando a que los floridanos contaran voto por voto (casilla por casilla)
para llevarse al final un fiasco. Pero no hubo por dónde. No hubo ni lucha. Luego
leo por ahí que Biden, igual que la Clinton hace cuatro años, hizo confianza en
ciertos lugares, estados, y un poco en Florida entre la población latina. Porque
uno pensaría que un candidato que es claramente xenófobo, antiinmigrante y
hasta un poco anti latino sería suficiente para que los latinos no votaran por
él. Pero no, no… ese es el síndrome del tío que todos tenemos.
Me explico: yo sé que esto que estoy por escribir es muy simplificador de la
realidad y todo, pero algo de verdad tendrá. Que yo sepa, en toda familia latina
que se respete, hay por lo menos uno de esos tíos. Puede ser uno o
muchos, pero tienen una serie de características ineludibles e intercambiables. Son como cartitas de la lotería que les salen a unos pocos y a otros todas: el emprendedor
exitosísimo y visionario al que todos los negocios por alguna u otra razón
siempre le salen mal y deja endeudada a media familia. El baboso toqueteador
que se toma confiancitas con sobrinas y cuñadas por igual ante la mirada
socarrona de sus hermanos: “ay, este, siempre tan manolarga”. El mentiroso
compulsivo que va a negar todo, siempre, mientras le convenga. El teórico de la
conspiración que incluso antes del internet ya sabía todo lo necesario sobre cómo
hay alguien en este mundo que quiere controlarlo todo y cambiar el orden
mundial. El maltratador. El gritón. El que no sabe bailar ni está guapo, pero
se adueña de la pista de baile y se contonea como una ballena moribunda para la
hilaridad general. Y así agreguen el suyo...
¿Y que pasa
con el tío que todos tenemos que es una colección de monerías? Nada. Porque es
el tío. Porque al final, como mafia italiana (dije latinos, eh), familia es
familia. La familia entera lo deja que maltrate, grite, abuse, se desmadre… “ay,
hombre, si ya sabes cómo es… pero es de la familia”. De alguna forma que no
logro explicarme del todo, don Trump se convirtió en ese personaje imposible al
que uno “tolera” porque no le queda de otra y luego acaba defendiendo… porque
se parece a lo que somos.
Me rompió
el corazón escuchar los reportes en radio y leer las noticias de cómo los latinos
confiaban en que Trump iba a tener la mano dura que los Estados Unidos
necesita. Cómo le creyeron que es un buen hombre de negocios, y hasta le
aplauden su “hombría” por haber tenido no sé cuántas mujeres oficiales y muchas
otras tantas no oficiales, incluidas incontables que lo acusan de cosas
terribles. Y al final de cuentas, lo que le rompe a uno el corazón no es que
Trump sea así si no que otros le crean: el problema no está en él, él es el
síntoma.
Igual es un
buen momento, ya envalentonados con la salida del señor Trump, de no permitir
ni un solo abuso dentro de nuestras comunidades, de nuestras familias. Que
estos cuatro años de circo nos ayuden de alguna forma a ver y actuar en contra
de los monstruos que creamos con nuestro silencio y nuestro respeto a las
omertás de la tradición.