19.11.19

Duelos

Hace un par de días que al acordarme de ellas se me detiene un poquito la respiración. Es la distancia, igual, que no me permite tirarles los brazos alrededor del cuerpo y apretarlas fuerte, estrujarlas, con las esperanza de sacarles un poquito la tristeza. Porque a veces es tanta que uno quisiera exprimirla y mancharse con ella y llevarla por ahí en homenaje al dolor de los otros.

En medio de los grandes dolores colectivos vienen los pequeños y absolutos dolores individuales. Y a la distancia vivo la pérdida de una madre, de un amigo querido, de une hije esperade. De un pedacito del cuerpo. De la mitad y media del alma. Imagino sólo el andar por ahí medio cojo de dolor, medio doblado de angustia, medio ciego, sordo y mudo porque cómo se hace para tener todos los sentidos cuando ninguno le queda al otro. Cómo, si lo único que te queda son los recuerdos, los que tienes o los que habías adelantado.

Poco se habla de la muerte, de los duelos. De la manera en que nos enfrentamos a las pérdidas que tememos tanto. Yo las temo cada vez más cada día que pasa, porque entiendo que lo que tengo (tenemos) es una cuenta atrás de un total desconocido. Y al no hablar de los duelos los hacemos más incomprendidos, más insoportables, más rápidamente silenciados. Pase a la siguiente cosa, a la otra, que la rueda de la fortuna de la realidad contemporánea no para, no da tregua, ni respiro.

Escribo aquí por les hijes que no han llegado a nosotres, por las madres y padres que nos han dejado un poco más huérfanos, por los amigues que se han apagado dejando encendida la luz. Por la promesa de su vida que ahora tenemos que re-escribir, re-enmarcar. No es cierto que dejan de doler. No es cierto que se van. Y es no hay por qué deberían de irse. También somos las cicatrices, las rupturas, las imposibilidades, los silencios. Los duelos. Los abrazos que damos en los duelos y que nos pegan, aunque sea momentáneamente, los pedazos de cielo que vamos dejando tirados alrededor.