17.3.23

Primer día sin Nora

Mucha gente conocía a mi madrina Nora. Era médica, dio clases en la Universidad durante años, estaba activa en movimientos sociales con sus padres, tenía una capacidad enorme para crear comunidad a su alrededor. No me acuerdo plenamente de mi existencia sin que ella, mi padrino Alfonso y sus hijos estuvieran ahí. Ella y sus hombres fueron mi primera familia elegida, donde siempre me sentía bienvenida. 

Nora hizo por mí algo que no tengo forma de agradecer: me acompañó a ser mujer, me enseñó a ser sorora. Aunque no nos veíamos con frecuencia, ni nos hablábamos muchísimo, yo sabía que ella estaba por ahí y no me juzgaba nunca. Lo supe desde que me acuerdo y hasta hoy. Hablé con ella de salud sexual, de política, de amistad, de noviazgo, matrimonio y divorcio, de pérdidas y recuperaciones… Si cierro los ojos e invoco su voz, la recuerdo con esa calidad apaciguante que siempre tuvo en mí. La capacidad de darme tierra, camino firme, confianza para seguir.

Hace poco más de un mes que nos vimos para desayunar y yo sentí que ella había hecho un esfuerzo que estaba más allá de lo que le permitía su cuerpo. Nos miramos varias veces a los ojos como sabiendo que era necesario recordarnos así, mirándonos fijamente, sabiendo quiénes éramos y quienes habíamos sido. Pudimos sostenernos un segundo y decirnos en ese abrazo, y de viva voz, que nos queríamos mucho. Nora nunca tuvo miedo decir que me quería mucho y se lo agradeceré siempre. Al salir del café donde desayunamos, vi la única flor de jacaranda que se me presentó esos días en Guadalajara – mi flor favorita que, como en un milagro, se adelantaba para que yo la viera. O para que la viéramos juntas. 

No sabíamos – o quizá sí, pero no queríamos decírnoslo – que también nos estábamos despidiendo en este plano. Que esa era la última vez que podría rodearla con mis brazos y decirle lo mucho que la quiero y lo mucho que siempre agradecí que estuviera para decirme que el camino correcto era el que yo eligiera.

Comienzo esta mañana sabiendo que anoche dejó su cuerpo: ese cuerpo menudito y luchón, que siempre se ponía de frente para defender lo que pensaba justo y necesario. Me gustaría decir que tengo miles de fotos con ella, pero no: lo que me queda es la memoria de su cuerpo, su voz y su presencia. Me faltan brazos para llegar a sus hombres y decirles que también a ellos los quiero como la quería a ella, y que nunca se me irá del corazón, del cuerpo y de la forma de vivir. Gracias, madrina. Cómo te vamos a extrañar.