29.11.04

La semana que termina

  • No he podido dormir bien. Algo constante sucede en mi cabeza. Me gustaría dormir muchísimo, y descansar igual.
  • El sábado se encendieron las luces de Navidad en Barcelona. Como vivo en el Centro de la Ciudad, me toca verlas todas. Me gusta sentir la calidez de la luz, aunque cada vez se sienta más el aire frío de la noche. Cuando veo las pequeñas bombillas de colores, me siento en casa. Y extraño los fines de semana de mi niñez cuando disfrutaba viéndolas en las calles de Guadalajara. La nostalgia, en fin.
  • Hoy fuí a misa y me divertí horrores con el señor cura que montó su página de Internet para explicar lo que él cree en medio de la turbulencia entre el estado y la Iglesia española. Había muchos calentadores de gas. En dos semanas hay un concierto de Haendel en el recinto gótico.
  • No me gusta el pulpo. Hace años me intoxiqué y le tengo miedo. Hoy comí pulpos a la gallega. Y, hasta eso, estaban buenos. Pero eran mejores los profiteroles con chocolate.
  • La Fundación Miró tiene pocas obras del mismo. Pero aún así es bellísima. Cuando era niña, muy niña - algo así como de dos o tres años - yo dibujaba figuras particulares: cuadrados con ojos, boca, manos y pies. Mi mamá los guardaba diciendo que eran "mis Picassos". Todavía los guarda. Y hoy descubrí que estábamos correctas en el momento histórico, pero no en el español que los pintaba: no eran Picassos... eran Mirós. Y me acordé tanto de mi madre.
  • Ayer cenamos con mis compañeros de clase. Yo acabé metida en la cocina. Después fuimos a una fiesta orientaloza. Muy caros los tragos, demasiada gente... pero me reí.
  • Compré unos zapatos rojos como los de Dorothy. And no, Toto, we're no longer in Kansas.
  • El martes iba caminando por la Plaza del Ángel y pasé frente a una tienda de ropa para jóvenes. Ya habían cerrado pero se escuchaba la música hasta afuera. Las chicas bailaban a brincos por toda la tienda, descalzas, mientras limpiaban el lugar. Por un momento, me hubiera gustado estar adentro.
  • Esta semana me dieron capacitación para mi proyecto de trabajo. Yo expliqué en mi entrevista de trabajo que entendía algo de francés. La capacitación fue en francés. ¡Vaya con el curso intensivo!

12.11.04

Sorpresa, sorpresa

Abro mi correo electrónico y descubro que sí, que también me llama el otro lado del mundo. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? Me tiemblan las piernas. La perspectiva es rara, interesante, pero me da miedo... ¿Qué será lo mejor?

Afortunadamente, antes de venir Adriana me regaló una pluma para tomar decisiones. Creo que esta noche tendré que utilizarla por primera vez.

6.11.04

Viernes 5 - Mercados, azafatas y antros gay

Vino Juan Carlos, compañero de clase de la universidad del Duque. Como él tenía clase hasta tarde, JC y yo nos fuimos a caminar por el Centro de la ciudad en lo que se liberaba. "Esta ciudad me da buena suerte", me dijo mientras caminábamos distraídos por La Rambla. "Aquí llegué por primera vez a Europa en el 2000 y desde entonces he venido cada año".

Ahora vive en Bavaria, trabajando para la industria automotriz. Toda la tarde estuvo haciéndome bromas cuando pasaba un grupo de morenos africanos. "Mira, mis primos". Lo peor es que yo caí una y otra vez, muerta de risa. A diferencia de Bavaria, donde él es raro, único y seguido por todas las chicas, en Barcelona nadie lo pela.

Caminábamos por el "peligroso" Raval cuando decidimos dar una vuelta inesperada y nos encontramos ante un montón de chicas, vestidas y maquilladas con excepcional fuerza. "Ah, las azafatas", dijo Juan Carlos. No puedo evitarlo, las zonas rojas me causan una mezcla chistosa de curiosidad y horror, sobre todo cuando no me siento segura aún. ¿Lo que más recuerdo? Dos viejos, ya entrados en años, la imagen prototípica del viejito simpático español, que regateaban en voz altísima con chicas que difícilmente habían cumplido los 18 años.

Unas cuadras después, el Mercado de la Boquería. Mientras JC hacía fotografías como turista japonés, yo hacía berrinche porque no podía quedarme con todos los olores del mercado. Escondido, pero encontré de todo: había hasta chiles habaneros. ¿Lo que más felices nos hizo? Un par de preciosos aguacates y otros tantos limones (conocidos aquí como limas). Lo único que me faltó - berrinche y antojo absurdo, pero bueno - fue un botellín de Salsa Valentina para comerme unas carísimas papitas. Pero en fin.

En el Centro del Mercado, está la sección de pescados y mariscos. Hay langostas de hasta 35 centímetros de largo... ¡y están vivas! Venta de crustáceos vivos... eso puede ser divertido.

Después de encontrarnos con el Duque, fuimos a un bar de chupitos (hecho para ponerse estúpido con poco dinero y buen licor). Alrededor de las 12.45 salimos a buscar un antro para bailar. Nos atrapó un cazador de grupos que nos llevó a un sitio gay en sus primeras horas de operación. Yo, divertidísima, bailé hasta las 4.30 de la mañana. Caminamos a casa y llegamos a las frescas cinco, cansados, apestando a cigarro pero agradeciendo la tranquilidad de la noche catalana.

5.11.04

Ciudades con Soundtrack en Vivo

No me sorprenden los músicos callejeros por si mismos. En Guadalajara y sobre todo en la Ciudad de México, me acostumbré a los conciertos inesperados y desiguales de artistas de todas clases que se subían al camión, al metro, que paseaban por las calles, etc.

Sin embargo, estos artistas callejeros tenían un error de marketing: no sabían buscar exactamente a su público objetivo. O bueno, más bien me retracto porque quizá su público objetivo eran los cientos de traseúntes hartos de todo que les iban a tirar una moneda más por compasión con sus propios oídos que por otra cosa. En fin. La gran diferencia con los músicos callejeros de Barcelona es que saben buscar el momento y - sobre todo - el lugar perfecto para encontrarse con sus escuchas.

Hoy, mientras caminaba por las calles de atrás de la catedral, donde los restos de la muralla romana se funden con los edificios más tardíos y huele como a viejo, los volví a encontrar. Primero, en una zona donde no hay entradas a las iglesias y lo único que se ve son enormes murallas, dos músicos aparentemente hindús, con sus instrumentos autóctonos dan insólitos conciertos para los mirones, mismos que sirven como perfecta música de fondo para que los vendedores pakistaníes extiendan por las estrechas callejuelas decenas de pashminas de colores destinadas a encantar los ojos de las turistas.

Apenas unos pasos más adelante, en la placita que está frente a la salida lateral de la catedral, la música comienza a mezclarse con acordes tocados en violín y chelo. Cincuenta metros más y la confusión termina del todo. La calle, por un extraño sentido de la coincidencia - o del marketing - es el Callejón de la Piedad. Los músicos, en sus tempranos treinta, vestidos con pantalones de mezclilla, camisa de vestir y suéter y omnipresentes lentes de pasta, interpretan con imposible correción el Canon de Pachebel. En los estuches de sus instrumentos brillan algunas monedas y también algunos discos compactos de sus propias grabaciones, que podrían o no ser caseras. El público varía, pero siempre hay por lo menos cinco personas absortas escuchándolos. Los otros, seguimos caminando pero no ignoramos del sonido: dejamos que los acordes nos acompañen por las calles amuralladas, entre tiendas de velas, dulces, pan y trampas para turistas, hasta salir a la iluminada plaza de Jaume I, el conquistador.