28.2.11

Ruido blanco

En esta casa, el ruido blanco es el tictac del reloj en el comedor, los ruidos de la nevera, el termostato descompuesto del horno que sigue escuchándose, siempre. También es ruido blanco mi tos, seca, que apareció ayer después de dos vasos de refresco con hielo. Estaba intentando espantar algo con ese frío - no atraer algo mejor.

Fuí abducida por la inmovilidad, las series con subtítulos por Internet, por la pereza y la incapacidad de terminar todo en dos días. Ya no es domingo: es lunes y mi despertador sonará en cuatro horas - a ver si puedo irme al gimnasio, y luego a escribir, y luego a una conferencia, luego a la universidad, a estudiar, a leer, a planificar, al banco, a reciclar basura y seguramente a algo más que me olvido.

Siempre me olvido de algo. Siempre. El problema es el escalofrío cuando sientes que te olvidas de alguien, de eso que era importante. No sabes de qué - sólo percibes el olvido como frío, como ese ruido blanco, que no se va.

10.2.11

Narcolepsia

Han sucedido cosas últimamente en el país donde nací - reporteras despedidas, luchas intestinas en twitter, grandes torpezas en los departamentos de comunicación del presidencia - que han distraido un poco la atención de lo que parecía ser el "trending topic" del año (fuera, por supuesto, de la violencia).

El trending topic (hasta hace media semana): en una isla en el continente europeo, dos conductores de un programa de televisión que se dedica a hablar de automóviles, conductores y burlarse del que pase, decidieron burlarse de un auto fabricado en mi país y, de paso, del país, los que nacimos ahí y - por qué no - del representante diplomático en la isla. El representante diplomático se sintió especialmente aludido: además del enojo porque los conductores afirmaron que todos los ciudadanos de mi país somos "flojos, irresponsables y flatulentos", hubo un comentario especial al respecto de que ellos no tendrían ningún problema porque el embajador seguramente estaría roncando frente a su televisor.

En este mundo en el que todo el mundo se siente obligado a contestar de inmediato ante cualquier provocación o idea (más porque puede que porque tenga algo interesante que decir), cientos, miles de personas se manifestaron por las redes sociales para pedir las cabezas de los conductores, de sus jefes y de toda la cadena de televisión pública - que por cierto, hace unos programas muy buenos.

Resultado: los señores conductores se cotorrean aún más de mi país - además de otro cada semana, como diciendo por ejemplo en Albania prueban si las cajuelas son suficientemente grandes para llevar a un muerto - y la gente se pone más loca en las redes sociales.

Ayer, en otras noticias, descubrí que podría haber un punto científico interesante: en otro país europeo, han detectado que los niños que fueron vacunados contra la gripe "demipaís" (es así, no todo mundo se comió lo de A-H1N1) tienen una cierta tendencia a desarrollar narcolepsia - es decir, caerse dormidos a la mitad de cualquier actividad. Transtornos del sueño, dicen.

Queda abierta la broma un poco tonta de si es porque la gripe ya venía "dormilona" o se vuelve dormilona en combinación con ciertos genes europeos.

Hoy en el periódico de este lado del mundo no hay nada sobre la locutora de radio que perdió su trabajo en una radiodifusora privada por hacer comentarios y pedir informes oficiales sobre el supuesto alcoholismo del presidente, pero sí sobre que una compañía de televisión decidió dejar de retransmitir los programas de la cadena esta - pública y muy buena, por cierto - donde salen estos señores del programa de los coches.

Y me pregunto - si los periodistas de mi país pueden decir lo que sea, ¿porque nos enojamos tanto de lo que digan los de otro país? Y mejor aún: ¿por qué les damos nombre y apellido, retwitts, links y visitas a su página para que se vea "lomalomalísimo" que hicieron?

Creo que a mí me gusta más aquello de a las estupideces no se les escucha o se las deja pasar, a los idiotas no se les da nombres propios ni se les promociona (aunque sea criticándolos), los gabinetes de comunicación de presidencia de la república no responden sacando los dientes ante cualquier cosa que los enoje y las direcciones de los medios piensan dos veces antes de despedir a alguien. Digo, nada más por aquello que decían en mi casa de "antes de hablar (o de twittear, escribir una carta, o salir al aire), conecta la cabeza con la boca".

(Y no hay en este post hiperlinks ni nombres propios ni mayúsculas por que no me da la gana hacer más publicidad a la ignominia).

3.2.11

Aprender a perder

En realidad, si tuviera que ponerle nombre y apellido, lo llamaría "Síndrome del Cuadro de Honor". Esos niños que creímos creyendo que el mundo se iba a poner a nuestros pies siempre. Que sabíamos que a veces tocaba meter un poco más de horas de estudio, pero podíamos organizarnos. Que dejamos de lado aficiones artísticas, musicales, deportivas porque no eramos lo suficientemente buenos. Esos niños trofeo, que se paseaban orondos en las reuniones familiares con su libreta de calificaciones por enfrente.

Esos niños no aprendimos otra cosa. No aprendimos que a veces no se trata de ser más listo, sino más hábil. Que otras, se trata de intentar sólo por reirse, aunque no ganemos. Que no pasa nada si no haces el pas de deux a la primera: que lo suyo es que te equivoques, te pares mal y tengas que aprender de nuevo.

De adultos probamos cosas, una y otra y otra - sobre todo cuando los resultados no son muy buenos. Porque tendríamos que saber cómo hacerlo, cómo llevarlo a buen puerto. Todo. Siempre.

Llenamos las consultas de psicólogos, psiquiatras y terapeutas de toda clase, esperando que alguien, por fin, nos enseñe a perder. A perdonarnos. Y un día te miras al espejo y te das cuenta que sí, en realidad, los últimos años has sido muy duro contigo mismo. Y con los otros. Como no sabes perder, te costó también aprender a perdonar. Como no sabes fallar, te cuesta hacer las cosas de otra manera, darles la vuelta, tener mano izquierda.

Te miras - te descubres metafórica y físicamente todas las heridas que te has hecho por buscar la perfección. Tienes el impulso de abrazarte. Te acercas. Y no, no se puede. El espejo es frío, duro y no te deja pasar.

2.2.11

Aquí y allá

Aquí despiertas y, al momento de encender todos esos hilos que te conectan con aquel mundo, descubres que la gente se revuelve, se queja, se comunica sus miedos reales: bloqueos de calles, granadas, persecuciones. Les agregan el prefijo "narco" porque ese es el lenguaje que se ha utilizado, el normal. Aquí lees y te parece que todo es como una mentira.

Allá tienen miedo.

Aquí sales a la calle y sabes que, cuando conozcas a alguien más, te preguntarán un poco cómo están las cosas - si pueden ir de vacaciones, si tu familia está segura, si sabes más de lo que dicen las noticias. Tú quizá contestarás con unas frases hechas que has preparado para la ocasión. Depende del día, hablarás de la espectacularización de la violencia o de lo mal pagados que están los policías o del gran consumo de drogas y tráfico de armas responsabilidad de Estados Unidos. Depende del día, simplemente no dirás que eres de allá, porque no tienes ganas de que te pregunten.

Allá tienen miedo.

Aquí ves las cosas con la distancia y la seguridad que da confiar en la policía - y sabes que tampoco tienes nada asegurado. Aquí miras y te das cuenta que estás a la misma distancia (o más) que las revueltas de Egipto, que los cambios en Tunez. Aquí te preguntas si de pronto todo se convertiría en la revolución y buscas a la cabeza visible - y no la encuentras. Porque la cabeza visible tampoco te parece claro que sea cabeza. Escuchas aquello de la desintegración del estado, discutes por lo que se debería decir o no, discutes. Piensas. Quieres no sentir.

Allá tienen miedo.

Aquí lees conteos de muertos - y la pertinencia metodológica y política de los conteos de muertos. De chicas colgando sobre puentes. De granadas. De lex talionis: de ojo por ojo, diente por diente, espalda por espalda, hijos por hijos, tierras por tierras. De cantantes pop que violan chicas. De obispos hocicones. De obispos muertos. De alianzas políticas imposibles. De previsiones políticas, no ciudadanas. De parar la sangre - como si lo que pasa fuese una herida profunda y como si los cientos y cientos de palabras que se escriben pudieran ser un torniquete que se aplica, se aprieta y se conserva ahí, para evitar que sigan saliendo los litros y litros de esperanza o cinismo teñidos de rojo que se van a la alcantarilla.

Allá tienen miedo.

Aquí, un buen día, te das cuenta que tú también tienes miedo. Y lo peor: no sabes ni a qué.