29.4.09

Nota intermedia sobre la influenza

¿Saben cuánta gente se va a quedar sin trabajo por que no hay restaurantes abiertos? ¿Saben cuánto turismo también se parara por lo mismo? ¿Lo que costará recuperar la imagen internacional de México (ya no sólo se matan los narcos, también los engripados) ¿Saben lo que sufren las madres encerradas con sus hijos, vigilando cualquier respiro, temiendo lo peor? ¿Saben lo ridículo que es que haya un mercado negro de tapabocas y antivirales (tapabocas que la gente reutiliza una y otra vez, por cierto, haciéndolos completamente inútiles)? ¿Saben lo triste que es no poder creer ni a los medios (que se concentran en lo que más vende, no en lo que más informa), ni a los gobiernos (que están, para variar, pasmados), ni a los vecinos (que resulta que conocen a un primo tercero de un amigo de un socio que quizá tenga influenza), ni a los médicos malinformados (que aún lejos del sistema de salud afirman que hay miles de muertos), ni a nadie? ¿Lo saben?

Pobre México. Como siempre. Pobre.

Bonus: interesante esta nota de El País. Digo, nada más por un poquito de perspectiva. Uf.

México - Día 4

Amanecí tarde. J ya estaba leyendo en la sala. Queríamos ir a Teotihuacán, pero decidí que preguntáramos primero. Y sí, nos dijo la Secretaría de Turismo que todo – pero todo – estaba cerrado. Incluyendo los restaurantes. Así las cosas, nos cocinamos opíparo desayuno y lo comimos con calma. Al terminar yo decidí enfrentar una de las cosas que más odio de mis visitas a México: ir al banco.

Salí armada de paciencia. La única ventaja de la influenza es que había poca gente esperando. Así que sólo 15 minutos después me recibió una enmascarada señorita que no pudo resolver ni una sola de mis solicitudes: resulta que todo tenía que hacerse por teléfono y luego, con una clave de reporte, regresar al banco. Casi la mato. Regresé a casa, me tardé (de verdad) 45 minutos en el teléfono y decidí que ya era hora de salir. Caminamos hasta la farmacia homeopática más cercana para buscar refuerzos contra la influenza y luego J me convenció de ir al banco para terminar con el trámite. 20 minutos después terminó mi tortura. Tomamos el casi vacío Metrobus de nuevo para ir al centro y conocer a la hermosísima Julieta.

Compramos un par de enormes girasoles en el camino. Al llegar al destino, encontramos a una de mis mejores amigas convertida en mamá de la niña más sonriente y linda de la ciudad. Hicimos de comer vegetariano (champiñones y espárragos salteados, ensalada de tomate, humus, queso fresco y quesadillas) y nos sentamos las tres mientras Julieta hacía una siesta. Encontré a su madre bellísima y tranquila, encerrada en casa por prevención pero no apanicada --- convertida en una madraza como de libro. Me contó los detalles del parto de mi sobrinita postiza (que nació en su casa, en la bañera) y las novedades generales de su vida de mamá.

Tomamos café. Nos reímos. Discutimos las teorías de la conspiración. Jugamos con Julieta y le tomamos dos millones de fotos. Y luego salimos a cumplir con mi otro trámite engorroso: recoger unas actas de nueva soltería.

Me había citado con mi abogada en un Vips. Resultó que tampoco eso está abierto y, cortesía del gobierno del DF, sólo venden comida para llevar. Un desastre. Me dio los documentos y caminamos hasta su casa para tomar el café y hablar un poco de la vida. También ella tenía una teoría de la conspiración. Pero estaba más preocupada por otras cosas.

La dejamos y tomamos un taxi a casa. Estuve esperando durante un rato a que alguien me llamara para tomar algo (aquí o en su casa), pero nada. Los amigos están ocupados y preocupados. Yo, por lo tanto, me tomo una cocacola y como porquerías. Ví las noticias hace rato y resulta que nada es demasiado grave, al parecer; que se han aprobado dos leyes sospechosas y que todo sigue teniendo este tufo incómodo a conspiración. Mientras tanto, la gente sigue encerrada y yo no puedo comer todo lo que pensaba comer. Quizá es mejor y mi silueta de bikini (como si la tuviera) lo agradecerá este verano. Esto es lo que hay. Mañana dejaré la Ciudad de las Calamidades. En realidad, creo que incluso me estaba divirtiendo.

México - Día 3

Desayunamos cualquier cosa en casa, de prisa y corriendo. La primera labor de lunes fue confirmar que mis citas realmente seguían en pie y que nadie había decidido dejarme sin trabajo cortesía de la “epidemia”. Yo recibí varias llamadas desde Guadalajara preguntando que si queríamos salir huyendo ya del DF. No es el caso: yo insisto en que no me parece que todo sea tan grave. Hay que tomar precauciones, sí, pero no sufrir hasta la muerte en el proceso.

Para aprovechar mejor el día, decidimos que J y yo nos dividiríamos la ciudad: yo me iba a trabajar y ella a intentar conocer lo más posible del Centro Histórico. Primer paso, entonces, comprar otro móvil para poder estar comunicadas. Lo hicimos a dos calles de casa, con un chico muy simpático que, en su distracción de lunes por la mañana, nos dio el doble de cambio. Salimos, reflexionamos, y se lo regresamos. Por que era una barbaridad de dinero, la verdad.

Nos despedimos y salimos en direcciones contrarias. Yo me monté en el metrobus, que iba extrañamente vacío. Al entrar me dieron un tapabocas junto con una hoja de recomendaciones (en dónde no estaba usar un tapabocas). Me lo puse hasta que me empecé a morir de calor. Me senté en un asiento individual con ventana. Y miré por la calle.

De pronto ví cómo cientos de personas salían de sus oficinas, muchos con sus tapabocas. Mi mente de paranoica dijo muchas cosas demasiado rápido – y la última que escuché fue “¡qué gente más loca! De por sí todo mundo ya está tan nervioso y ahora hacerles participar en simulacros masivos…”. Esto lo único que confirma es que soy una pésima escritora de ciencia ficción. Bajé en Cuicuilco, entré a la plaza, miré a los animales que están en el mini-zoo de las oficinas de Inbursa (ventajas de ir a pie) y luego tomé un taxi hacia mi reunión. En ese momento comencé mi investigación de los taxis - ¿qué le parece a usted esto de la influenza?. “Pues nada, señorita… no se preocupe… yo creo que la gente está más nerviosa de lo necesario. ¿Sabe que creo yo? Que es una cosa inventada por el gobierno para que nadie se dé cuenta de lo duro de la crisis: la gente de todas maneras no tiene dinero, así que no iba a comprar. Si no están abiertas las tiendas parece que el bajón en el consumo es culpa de la influenza y no de la crisis. Eso es lo que creo yo”. Teoría de la conspiración número tresmildoscientosveinticinco.

Llegué a las oficinas - me recibieron sin problema a pesar de mi falta de tapabocas. La secretaria de mi entrevistado me saludó de lejos y me ofreció una botella de agua, antes de desgranarme todo los casos horribles y las posibilidades de más pánico que se nos venían encima. También ella me explicó que mi “simulacro masivo” había sido en realidad un temblor de 5,7 grados. Lo que nos faltaba. Hablé casi una hora con mi entrevistado, quien tampoco me dio la mano ni para saludarme ni al irme. Me despedí con una reverencia (mentira, esto último es una exageración) y subí a otro taxi.

Buscando la siguiente teoría de la conspiración, volví a preguntarle qué pensaba. Él tampoco tenía un tapabocas puesto. “Pues no sé, oiga… un poco exagerado sí qué es… quién sabe qué querrán hacer… hoy se subió aquí un muchacho que me dijo que dizque trabajaba en Gobernación. Según él, lo que pasa es que quieren distraer la atención porque el gobierno va a hacer pruebas nucleares”. Lo que no me supo decir mi jovencísimo taxista – padre de una niña de año y medio cuya foto colgaba del retrovisor – fue en dónde serían las famosas pruebas.

Mi siguiente reunión era en un edificio del gobierno local. Ahí el portero simplemente no me dejó entrar hasta que no me puse correctamente un cubrebocas que me dio. Esperé un rato muriéndome de calor, tuve mi reunión y después salí caminando por las calles del centro con una amiga que trabaja y vive ahí. Nos moríamos de calor. Veíamos a todos lados y éramos del 20 por ciento de la población con la cara cubierta. Discutimos un poco las teorías de la conspiración antes de llegar, comimos algo hecho en casa y esperamos a J. Las tres nos reimos de las ocpiones más extrañas que ya habíamos escuchado.

Salimos después de comer a seguir caminando por el centro de la ciudad. Entramos a varias tiendas con enormes descuentos. Nos morimos de calor – está prohibido prender los aires acondicionados . Después de comprar algunas cosas tomamos un taxi para venir a casa. Ese taxista fue aburrido – no tenía ganas de charlar.

Estuve un rato en casa descansando y después salí con B a tomar un café. Nos encontramos con que casi todo estaba cerrado, pero al final logramos llegar a un sitio abierto. Pedimos y nos sentamos. A la mitad de la cerveza, cerraron la puerta y pusieron un letrero que decía que “por disposición oficial, permaneceremos cerrados hasta nuevo aviso”. Nos terminamos la cerveza con terapia bilateral de por medio. Él se fue a cenar a casa y yo comí un plato de papas con chile, mientras veía la tele con J. Me duché y me quedé dormida frente a la televisión hasta que me llegó una llamada con diferencia horaria. Después me dormí de verdad… hasta las 8 de la mañana, sin sobresaltos.

27.4.09

México - Día 2

Abrí los ojos a las 4 de la mañana, pero pude convencer a mi cuerpo de que era conveniente esperarme hasta las 6 y poco más. Entonces comencé a deambular por la casa, se despertó Judith, hablamos del viaje, mandamos mensajes, tranquilizamos (o intentamos) tranquilizar a la gente que está del otro lado del mundo.

Yo iba un poco zombi así que me costaba hacer las tareas normales de una mañana en velocidad rápida. Comencé de pronto a toser y a estornudar: lo normal en una mañana mía en la Ciudad de México. Viví aquí casi tres años y todas las mañanas, todas, tosí y estornudé. Nos bañamos, nos arreglamos para salir y por ahí de las nueve cerramos la puerta.

Hay cosas que cuando va a una ciudad hace o intenta hacer siempre. Algunas son excursiones culinarias. Yo intento siempre en el DF ir a desayunar por lo menos una vez al Saks de San Ángel. En medio del viejo pueblo, en una calle empedrada, es un restaurante excelente con un muy buen servicio y unos desayunos magníficos. Llegamos a las 9 y media, que de cualquier forma es temprano para un desayuno de domingo. El sitio estaba casi vacío. Un 20 por ciento de la gente tenía los famosos tapabocas. De la gente trabajando en el restaurante, ninguno.

Desayunamos como princesas y luego seguimos caminando por San Ángel hasta llegar a la avenida Altavista. Ahí buscamos la casa museo de Diego Rivera. En cualquier otra circunstancia, hubiéramos visitado el museo pero estaba cerrado cortesía de la "epidemia". Tomamos fotos desde afuera. Volvimos sobre nuestros pasos y visitamos un pequeño centro comercial de muy "alto standing" donde la gente estaba bebiendo café de Starbucks en una terracita. Algunos, otra vez un 20 por ciento aproximado, tenían el tapabocas, pero en el cuello. ¿Sería debido a alguna lesión de la tráquea?

Los famosos tapabocas, por cierto, están agotados en la capital. No hay en ninguna farmacia. Antier encarcelaron a seis tipos porque los estaban vendiendo mucho más caros en una especie de mercado negro que se aprovecha de la angustia de la gente. Seis detenidos. 50 pesos cada tapabocas. Que creo que inicialmente costaban 2.

Eso no es lo único increíble.

Después de volver a caminar por San Ángel, compramos un móvil y regresamos hacia la Condesa en el Metrobus - que por una vez venía vacío y era disfrutable. Recorrimos Insurgentes y vimos un accidente horrible: una ambulancia que llevaba un herido de otro accidente chocó con una camioneta. Un tsuru se paró a ayudar pero había gasolina y surgió una chispa que, casi instantáneamente, calcinó a los tres autos. Esto en plena Insurgentes y Xola. La gente se amontonaba alrededor del accidente. Cabe señalar que ninguno de los mirones llevaba tapabocas.

Al llegar a casa, prendimos la televisión. El presidente Calderón estaba dando un mensaje a la nación en tono tranquilizador. Que sí que es grave, pero que está controlado y es curable. Yo, la verdad, es que le creo. Aunque a los dos minutos recibamos la llamada de un familiar que jura y perjura que van mil muertos, otra de alguien que conoce a uno de los "primeros muertos": "dicen que fue neumonía... pero qué van a saber ellos...".

Por cierto: los números oficiales son los siguientes. Se habían detectado hasta ayer 1300 casos que PODRÍAN ser influenza (cuadros respiratorios altos graves). De esos 900 fueron dados de alta o confirmados como no infectados con influenza. Casi 400 están confirmados de influeza y se dice que van 81 muertos. Sólo quiero hacer una aclaración: en esta ciudad viven 22 millones de personas. 81 muertos es una muestra muy chiquita.

Total - fuimos a comprar la comida al súper, junto con un montón de habitantes de la Condesa que hacían un poco de compras de pánico. ¿Porcentaje de tapabocas? Quizá ahora un 30, pero con un 15 llevándolos sobre el cuello. Comimos en casa y luego comenzamos las visitas a mis amigos. Tengo tres parejas muy queridas que son padres de niños pequeños y decidieron atrincherarse en sus casas. Me parece lo normal. A la que visitamos ayer, la niña lloraba y lloraba porque le dolía la pancita - primer día de papilla. Nadie teníamos tapabocas - pero tampoco toqué a la chiqui para que sus papás no se pusieran más nerviosos. Escuchamos todas las posibles teorías. La que me gusta más es que Obama traía el virus y que la persona que lo recibió en el Museo de Antropología ya murió. En cualquier momento empezarán a decir que Obama no es más que su sustituto. También comentamos sobre la posibilidad de que fuera una cepa militar escapada de un centro de investigación en la frontera. Entre otras múltiples ideas...

El día terminaba con una cena en un coreano después de jugar un poco con una videoconsola. Imposible. La ciudad está muerta. Los restaurantes cierran - en mi teoría - no por miedo sino por simple y sencillo hastío. No es rentable. Regresamos todos a casa y comimos quesadillas. Quedamos de vernos con más amigos hoy. Estamos haciendo el tour de la ciudad de México sin museos ni espacios públicos. Yo sólo espero que me confirmen mi entrevista de más al rato. Porque no me puedo creer que todo el mundo vaya a dejar de trabajar.

Mi mayor pregunta es con respecto al tráfico: ¿qué tal estará hoy? ¿seguirá el pánico dejando las calles libres a los peatones y los paseantes? Ya se resolverá la duda mañana.

26.4.09

México - Día 1

Lo primero que hice al aterrizar en Ciudad de México fue asomarme por la ventana para ver cuánta gente del personal de tierra en pistas tenía tapabocas. Judith se reía de mí y nos reíamos juntas de la súper borde azafata de Iberia que nos había atendido y que estaba acojonadísima. Casi diría que me antojaba que le dé un resfrío y que fuera influenza, por lo mal que se portó en el vuelo.

Habíamos durado más de 14 horas de viaje. Llegamos enteras, un poco cansadas y comenzamos el periplo de inmigración, equipajes, aduanas. Nadie del personal "de las fuerzas del orden" tenía tapabocas. Sí, por el otro lado, algunos de los dependientes de las tiendas libres de impuestos (¡yo no sabía que ahora también puedes comprar de llegada!). En aduanas, nos revisaron a conciencia una maleta. Al salir, nos encontramos a mis queridos amigos con tapabocas y nos tronchamos de risa. Pero ellos, muy amables, nos habían traido tapabocas también a nosotros.

Hicimos una pequeña escala en su casa y luego nos mudamos a nuestro castillo condechi, cortesía de la princesa Lety que anda en el norte, muy norte. Todo era perfecto. Fuimos a cenar tacos y regresamos sobreponiéndonos al sueño para evitar el jetlag.

A mí me llegó el famoso jetlag a las cuatro de la mañana. Pero lo espanté. Ahora estoy reportando a Europa que no tengo influenza, que no nos hemos muerto y que nos vamos a desayunar a San Ángel. A ver qué más pasa.

Y como dije ayer como ochenta veces en el vuelo: no me lo puedo creer que estoy en México.

17.4.09

Spam Interactivo: Your wrist will be shining with luxury

Algo me decía que había sido abducida. Los gelatinosos seres a mi alrededor sonreían con benevolencia y me pedían que extendiera la mano hacia la especie reptil en tonos dorados que estaba parado enfrente de mí. Hablaba en un idioma que no conocía, todos los hacían, pero la manera en la que utilizaban sus cabezas y sus manos parecía decirme que todo iba a estar bien. Yo, al no ver ningún objeto punzocortante alrededor, pensé que era seguro. Extendí mi brazo y ví cómo sobre mi muñeca derecha el reptil aseguró una tira de papel que, al parecer, no podría quitarme.

Después los seres gelatinosos me llevaron hacia el exterior. Todos estaban tirados alrededor de un hueco en el suelo, lleno de un líquido contaminado de diversos químicos. Pero no parecía preocuparles. El calor los agobiaba y se sumergían en él. Otros, al contrario, extendían sus cuerpos en unos muebles colocados alrededor del hueco, se ponían aceites sobre sus blandas carnes y agitaban violentamente las tiras de papel que tenían en sus muñecas - como las mías - ante otros reptiles, que les servían bebidas de colores misteriosos.

Yo me senté y comencé a beber lo que me servían los reptiles, mientras al fondo un gran aro se sumergía en el horizonte. El cambio en la luz hacia que el objeto en mi muñeca brillara y yo, que me sentía cada vez más lejana y tranquila cortesía de las bebidas, comencé a creer que era un pase a un mundo maravilloso. Al fondo, escuché la voz de otro como yo, que hablaba mi idioma a través de un aparato negro pegado a sus oídos: "pues mira... la verdad es que esto del todo incluido parece ser una buena idea...".

15.4.09

Últimas imágenes

Rotterdam amaneció soleado. Así como ayer había atardecido con un sol enorme cayendo sobre el puerto. Temprano, como para ir a trabajar, levantamos mis maletas, me despedí de los gatos y, casi en silencio, salimos hacia el aeropuerto. No había mucho que pensar: en quince minutos estábamos ahí.

Tiene un letrero enorme que dice "Rotterdam" en rojo, en mayúsculas. Justo debajo hay una especie de cubierta de madera con banquitos para hacer picnic y ver despegar y aterrizar a los aviones. Algo así como lo que había en Guadalajara cuando yo era niña.

Hay una sola zona de abordaje, una cafetería y una tienda. También, para los ociosos como yo, internet inalámbrico gratuito. Entre eso y el libro de 900 páginas que no puedo terminar, se me acabó la espera. Caminé hasta mi avión y desde la ventana del asiento 9A de un vuelo con destino a Girona ví a una clase entera de preescolar jugando en la cubierta: llevaban puestos chalecos fosforescentes y algunos tenían gorros de capitán, otros paletas como las que se usan para dar instrucciones a los aviones. Corrían moviendo los brazos como gaviotas detrás de un profesor que, en comparación con ellos, parecía altísimo.

Habían comenzado a comer el almuerzo cuando el vuelo con destino a Girona comenzó a rodar por la pista. Ví por última vez las enormes letras rojas y pensé que los aeropuertos así, pequeños y amables, son mucho más lindos. Me acordé de cuando en primero de primaria nos llevaron a Tlajomulco en tren, cuando estábamos estudiando los medios de transporte. Miré a la jovencísima azafata con su pulsera de perlas y su andar decidido por los pasillos, su sonrisa de anuncio de Colgate. Me quedé dormida poco después del despegue, sin buscar entre las nubes ningún otro mensaje.

14.4.09

Sol de abril

Era rubísimo y debía tener unos dos años. Lo llevaba en una carreola roja su mamá, que quizá había sido tan rubia como él pero hacía años: ahora tenía la melena castaña obscura, recogida en una cola de caballo. No se vieron sorprendidos por el sol: salieron de casa con pantalones cortos, su madre con sandalias y él sin zapatos. Mientras esperaban a cruzar una calle, se despejó la última nube que cubría un sol esplendoroso de las cinco de la tarde. Él, como si fuera un gato, se estiró y sacó más las piernas de la carreola, como queriendo que sintieran todas el sol.

En la fila de autos que esperaban el siga, justo enfrente de mí, un copiloto sonrió y nos dimos cuenta que estábamos viendo lo mismo. Él sacó su pierna derecha por la ventana del coche. Yo solamente pude maldecir un poco los calcetines gruesos que me había puesto en la mañana, poco previsora del sol de abril.

11.4.09

Sábado de gloria

Si nos remitiéramos en realidad al calendario litúrgico, este tendría que ser el día más importante para los que nos llamamos (aunque sea de nombre) católicos. No es que haya nacido el Salvador - es que le da la gana regresar. Esa idea es bonita. Es mejor y más festiva: es la de la venganza y el sobreponerse a los enemigos.

Entonces la Semana Santa, el Sábado de Gloria, es usualmente un nuevo inicio. Una oportunidad para dejar atrás cosas y comenzar otras nuevas. Yo me acuerdo que, sin tenerlo en mente, me pasaba con frecuencia: los sábados de gloria solíamos discutir entre los primos y después hacer un acuerdo de que volveríamos a ser amigos antes del próximo año, un sábado de gloria fue la primera vez que conduje mi auto sola (ganándome con ello una discusión espectacular con mi entonces novio), un sábado de gloria conocí de cerca a quien luego sería una de las personas más importantes en el transcurso de mi vida, y así...

El sábado de gloria también marcaba en mi infancia un ecuador muy particular: era la mitad de las vacaciones. Significaba que todavía quedaba una semana entera para no ir a la escuela. Podía ser bueno. Podía ser malísimo. Yo, la verdad, es que a veces me aburría en vacaciones. Pero era el momento de reflexionar si realmente las estaba disfrutando o no.

¿Qué cuál es la gloria hoy? ¿La de este sábado? Café con leche y una conexión intermitente a la web. La certeza de que puedo tomar el teléfono y hablar con mis mejores amigas sin tardanza cuando me entero de cosas importantes (por ejemplo, que otra vez seré tía postiza). La calma de que todo se renueva, de que algunas cosas acaban y otras empezarán pronto. Inesperadas. La serenidad de quedarme en donde quiero hacerlo. La paz de una frontera conocida y cercana. El inicio de la cuenta atrás para volver a asomarme a otros recuerdos de mi infancia.

9.4.09

Jueves

No se parece nada este panorama tan verde y húmedo a los jueves santos de mi niñez, con visitas a los templos, empanadas o largas caminatas en el rancho con mi abuelo. Pero igual, la luna llena espía cuidadosa mis pasos. Un pájaro me ve desde el árbol más cercano. Casi al fin de la semana, entiendo que estaba de vacaciones y comienzo a sentir la angustia de tener que volver a la vida normal. Mejor concentrarse en el día a día. Mejor fingir que no pensamos en el futuro. Mejor creer esa historia que nos narramos para dormir bien: esa que dice que nada es lo que parece.

8.4.09

Material de suburbio

Soy incapaz de decir en dónde está, pero sé que el pueblo se llama Oss. Es curioso - cuando lo pronuncio, me suena como al sitio a donde llegó Dorothy. Y algo tenía de eso.

Es un suburbio precioso. Fui a recorrerlo con uno de los magos que lo planearon - me explicó cómo las casas se habían construido para distintos presupuestos, cómo se habían imaginado que los canales recorrerían los parques para encanto de los niños; cómo el camino de las bicicletas llegaba hasta el bosque y cómo las calles habían sido diseñadas para que pudieran caminarse y para que la gente supiera dónde estacionar su coche instintivamente, pensando en no molestar ni a sus hijos ni a sus vecinos.

Era domingo. Dentro de las casas, había fiestas de cumpleaños, barbacoas, televisores encendidos. No tiene tiendas porque se trata de intentar que la gente vaya a comprar al centro y no se muera el pueblo. No tiene muros alrededor - eso no existe aquí - pero la gente se ve y se siente segura. Feliz. Los niños andaban en patines y bicicletas solos, entre los coches, riéndose, gozando los raros rayos de sol.

Me quedé mirando a una casa de tres plantas, con enormes ventanas desde donde seguramente se vería todo. Husmée. Adentro vivía un gato, lo ví. Y seguramente niños (me lo dijeron los patines en la entrada). El comedor era precioso. Y las flores afuera y adentro también. Parecía una buena casa, con dos autos estacionados al frente. En un lugar calladito. En un mundo aparte.

Él, orgulloso, me enseñaba las orillas de las calles y me pedía que me imaginara cómo se vería un paseo cuando los árboles que seguían siendo pequeños y tímidos, siguieran creciendo. Le pregunté que si le gustaría vivir ahí. Me dijo que no, que le gustaba el proyecto, pero no se imaginaba en un microcosmos como ese.

Volví a mirar los niños, las casas, los perros, las camionetas, los gatos, los jardines perfectos para hacer barbacoas perfectas. Y pensé en la de veces que eso me había parecido una vida apetecible - perfecta, sí. Esposo, niños, perros, coches --- vamos, que casi podía oler las galletas que se estaban horneado en esos preciosos hornos con cocinas impolutas. Me miré las manos: tengo otra vez las uñas largas, perfectas, como de señora de mi casa. Me concentré en ellas. Y en el sueño de una vida en suburbia.

Quizá mis manos digan que todavía no estoy lista para dejar mi sueño rosado de barbies con casas de tres pisos, niños, perros y descapotables. Quizá no pueda evitar a veces desearlo, aún. Pero después de que ayer me perdí en una ciudad desconocida y seguí sintiéndome parte de ella, lo entendí todo: aunque me duela en el alma, aunque la estética me encante, no es lo mismo. Es como lo mucho que me gustan los zapatos de tacón y los vestidos de fiesta y lo poco que me los puedo poner, o lo rara que me siento cuando los tengo encima. Puedo tenerlo a veces, pero a mí lo que me gustan son los jeans, los converse y salir a comprar el diario a la esquina y caminar al súpermercado y al museo. Contra todos los pronósticos, los cuentos de hadas y los capítulos de The Wonder Years resulta que no soy material de suburbio. Y que no, Dorothy, ya no estamos en Kansas.

Dropnaming

El vicio de dejar caer nombres en la conversación es un problema de socialización. De niños reconocíamos a Topo Gigio y a Parchís - qué importante era quien realmente había visto a Timbiriche. Luego comenzamos a citar a los actores de las series como si fueran nuestros amigos. Y de ahí muta: algunos hablan de futbolistas, otros hablamos de escritores y artistas.

No es que uno tenga tres mil amigos o conozca a mucha más gente de pronto. No es un concurso en estilo facebook. Es de pronto que te das cuenta que utilizas más nombres de los que utilizabas antes. No mejoró tu léxico: mejoró la lista de contactos de tu cerebro.

Vas a los museos y te preguntas si es casualidad que encuentres una exposición de alguien a quien habías descubierto unos meses atrás del otro lado del mundo. Y te sorprendes a tí misma sabiendo quién es Mauricio Cattelan. Y te miras en el espejo y sabes que las mechas de tu pelo y el color de tu abrigo tienen nombre: Azul Klein, por Yves Klein (no por Calvin, a quien, por cierto, ya no citas).

Pero no los conoces. No sabes quien son. Tienes más personas a las que citar pero menos con las cuales citarte. Sabes más, pero te saben menos. No es que quieras ser citado: es que te gusta escuchar tu nombre --- sobre todo cuando alguien lo pronuncia bajito, y lo deja escurrirse lento en tu oreja, como una caricia.

6.4.09

Eterno resplandor

A mí no me gusta que se me olviden las cosas. Quizá en una especie de temor de lo que puede ser en el futuro el Alzheimer, de hecho trato de acordarme lo más posible de todo, de retener datos, caras, passwords, imágenes... soy de aquellos que creen que lo único que nos llevaremos a la tumba (o en cualquier caso, a una cama de hospital, a un asilo) son los recuerdos. Soy de aquellas que arriesgan la piel y la posibilidad dolorosa del fallo a fin de tener algo cálido y sereno a lo que aferrarse. Soy de los que toman muchos fotos y las miran, para ver si le pueden dar más pistas o más sonidos o más recuerdos de lo que había antes ahí.

Parece que hay recuerdos demasiado turbios - yo soy afortunada, entonces. Imagino que el hecho de no quererme olvidar de nada de lo que he pasado es un síntoma claro de lo buena que ha sido mi vida. Pero, ante la realidad de que hay mucha gente que no lo experimenta así, ahora la neurociencia está buscando la manera de borrar los malos recuerdos.

Estaba hoy leyendo el New York Times y no lo podía creer - me imagino qué pensarán Michel Gondry y Charlie Kauffman. La nota parece parte de su guión de Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Y para solucionar mi desconcierto, me levanté de frente a la computadora y fui hasta el baño, a verme en el espejo. Sí, ahí estaba yo: con mis dientes chuecos, mi nariz torcida y mi cabello azul. Con mis arruguitas alrededor de los ojos y mi cara sin maquillar. Me dio mucho gusto no haberme olvidado de nada.

Lágrimas por el presidente

La semana pasada se murió Raúl Alfonsín, quien fuera el primer presidente argentino después de la dictadura. Hombre valeroso y convencido de su labor, puso sobre el banquillo de los acusados a muchas personas que en cualquier otro país latinoamericano hubieran seguido viviendo felices y con sendas pensiones del gobierno.

No pude evitar pensar con Marco qué pasaría en México si se muriera alguno de los expresidentes que nos quedan. ¿Habría quien le lloraría a Salinas, a De la Madrid, a Zedillo, al mismo Fox - por no hablar de las verdaderas momias? Supongo que sí. En nuestra historia, lo único que es claro, es que siempre todo el que ha querido ha podido conservar su capillita.

3.4.09

Alergia

Estornudo sobre mi libro de Littel. En el parque, los niños pasan de la mano de sus papás. Cuando estornudo me miran. Yo los saludo con la mano. Sus padres les dicen cosas. Yo no entiendo y sólo sonrío. Y vuelvo a saludar a los niños con la mano. Ellos sí me entienden. Estornudo.

Estornudo sobre la pantalla del ordenador. El gato sube a mi silla y se detiene entre el hueco que existe entre mi espalda y el respaldo de madera. Mi cuello está cansado. Estornudo. Vibra la calefacción. El gato se sienta junto a la ventana y cierra los ojos. El sol le pega en su pelaje de colores. Estornudo.

Hay un vaso de jugo de naranja sobre la mesa, junto a la mano derecha. Me duele un poco la cabeza, quizá de tanto estornudar, quizá de hambre. No debería tener sueño. Estornudo.

Así son las vacaciones en primavera.

Spam Interactivo: I tried to find you in a bar

He decidido que, entre mis entretenciones y diversiones varias, ahora vamos a escribir microrrelatos cuyo título sean las líneas que me atraen del spam que llega a mis múltiples cuentas de correo. Los comments están abiertísimos para respuestas públicas.

Te había buscado en las bibliotecas, en los súpermercados y en los parques. Pero no estabas. Ni en los cafés ni en las grandes superficies. Pensé que quizá podrías esconderte tras el mostrador de aquella veterinaria o en las cajas que preparaba la dependiente de la tienda de chocolates. No te escondiste en el fondo de los floreros del restaurante francés ni entre los discos que protegía el dj. Entonces traté de encontrarte en un bar. Dí con alientos de vodka, de whisky, de cerveza clara - de tabaco y de hachís. Traté de encontrarte en un bar y no estabas frente a la barra ni en el espejo de los baños de mujeres. Creo que ibas saliendo cuando comencé a besarme con ese chico que usaba unas gafas parecidas a las tuyas. Creo que dejaste el bar cuando aquel chico me invitó el quinto cóctel de la noche.

1.4.09

Abril y pensando en Quim Monzó

Después de Sergi Pàmies, fue el segundo autor al que decidí que leería en catalán. Y ordenadamente además leo sus columnas en los periódicos. Y a veces lo escucho narrado por algunos amigos que lo conocen. Y me imagino qué le diría si lo conociera. Probablemente nada. Así soy de lista.

En el dominical de La Vanguardia del domingo pasado escribió una columna que se llamaba "Si Yo Tuviese un Blog". La verdad es que no sé si lo tenga. Al final la columna decía que haría millones de encuestas sobre cosas absolutamente raras. Yo a veces me siento que es lo que hago: lanzo botellas, mensajes, fotografías, ideas, para ver si alguien responde... es muy bonito que la gente responda. Pero me da por creer que contesta más de la que escribe. Y esa imaginaria retroalimentación es la que me tiene escribiendo igual, pensando que alguien sonreirá o se identificará de vez en cuando.

En fin - que Monzó también dice que inauguraría abril con los primeros versos de The Waste Land de T.S. Elliot, esos primeros versos que forman parte de The Burial of the Dead.

April is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain.


Y también dijo que lo pondría traducido, para aquellos hispanófilos.

Abril es el mes más cruel: hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
memoria y deseo, despierta
las raíces entumidas con la lluvia de primavera.

Y también escribió que este poema se convirtió en una cita obligada en casi cualquier entierro laico después que todo el mundo la repitiese por obra y gracia de una película de bodas y funerales. Y aquí, mi querido señor Monzó (podría hablarle de tú, pero me parece que le debo un poco de respeto), estoy en desacuerdo. El texto que se convirtió en propiedad de las masas gracias a la inglesa película de bodas y funerales es del querido W.H. Auden. Aquella que empieza así:

Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.


Y en español

Detengan todos los relojes, corten el teléfono,
eviten que el perro ladre dándole un jugoso hueso,
silencien los pianos y con un tamborileo sordo
traigan el cajón, dejen que los deudos se acerquen.


Bienvenido sea este tímido abril.

Binomios rotos

Abro el correo electrónico y me encuentro un mensaje con información importante en términos legales. Lo leo e intento llorar. Pero no puedo. Es que ya no puedo llorar. No hay lágrimas porque no hay tristeza. Sólo desconcierto.

Me pregunto otra vez que fue lo que pasó. Y sé que es una pregunta inútil. Al ver nuestros nombres juntos me acuerdo todas las otras veces que estuvieron así: en mis cuadernos de último año de la universidad, en múltiples cartas, en las invitaciones a bodas de amigos, en la invitación an nuestra boda, en cuentas de correo electrónico, en cosas de casa allá, en el buzón de acá, en peticiones de créditos, en seguros de gastos médicos, en cartas, en cartas, en desencuentros.

Qué curioso pues, que otra vez, vea los nombres juntos. Ahora bajo una carta que como titular dice: "Asunto - Divorcio Administrativo". Y pertenecen tan bien a ese documento como pertenecieron a los otros. Con azoro, pero sin lágrimas.

Evangelización

En mi revisión cotidiana de las carpetas de spam, encuentro la siguiente frase:

Turning to Google instead of God?


Lo que es cierto es que, por lo menos para muchos estudiantes y deseosos, Google tiene respuestas concisas y directas, con direcciones y números de teléfono, con resúmenes de libros, con todo... Quién nos iba a decir...